jueves, 20 de octubre de 2011

Las funciones psíquico-físicas del ser humano

Introducción
El cuerpo del ser humano es una gran estructura que fusiona la belleza con lo funcional, dispone de una gran cantidad de facultades y funciones que lo convierten en un ser único de la Creación. El organismo humano es una auténtica obra de arte de la arquitectura de la vida que puede adaptarse a cualquier tipo de ambiente. Un conjunto de disciplinas del conocimiento se vuelcan en su estudio para elucidar los secretos de su constitución a todos los niveles: anatómico, fisiológico y psicológico.
En el siglo pasado y en estos últimos años las ciencias de la salud han progresado considerablemente en la comprensión de esta máquina orgánica compleja, precisa y perfecta. Hoy en día, el estudio del cuerpo humano ha incorporado la investigación sobre el genoma humano, el cual abre grandes expectativas en el conocimiento de las bases de la vida, la comprensión de enfermedades graves, su curación y el restablecimiento satisfactorio del paciente. La comunidad científica ha alcanzado un alto grado de manipulación de la vida. Por ejemplo, se implantan con éxito órganos, se crean fármacos a través de la transformación de células vivas, etc. Sin embargo, la vida no puede crearse, ésta conserva todavía su misterio.
Aunque las condiciones de los enfermos han mejorado sensiblemente, casos de lesiones medulares, enfermedades mentales profundas, etc., éstos no son sanados. La causa se halla en el desconocimiento de los valores o asientos vitales inmanentes sobre los cuales se fundamenta la materia viva.
El niño hereda un potencial y principios vitales que se desarrollan y utilizan durante toda su existencia. Éstos se distribuyen por todo el organismo a través del sistema nervioso, el cual controla y establece las diferentes funciones psíquicas y físicas junto a los diversos órganos y componentes que lo constituyen.
El auto-conocimiento divide estas funciones de forma práctica en tres centros neurálgicos vinculados al sistema nervioso donde se realizan una gran cantidad de operaciones y transformaciones de energías tanto a nivel físico como psicológico. En cada uno de ellos se depositan estos principios vitales.
Un individuo recibe energía a través de la respiración, comida, bebida, cuando duerme, incluso, por los estímulos del exterior que reciben los sentidos y, a través de un complicado proceso de transformación, se convierten en pensamientos, emociones, deseos, acciones, actitudes, etc.
Los seres humanos de forma independiente a factores ambientales no nacen con las mismas aptitudes vitales, resistencia a la enfermedad, adaptación, destreza física, intelectual, instintiva, etc. No todos las personas aunque dispongan de todos los medios posibles a su alcance pueden correr cien metros en menos de diez segundos o escalar el Himalaya sin oxigeno o competir en un deporte al mismo nivel que lo hacen los jugadores de élite, correr cuarenta kilómetros en poco más de dos horas, disponer de una intuición intelectual como Albert Einstein,…
Estos centros neurálgicos empiezan su desarrollo con un capital vital determinado por la herencia de sus padres y los factores ambientales lo potenciarán o disminuirán según la influencia sea beneficiosa o perjudicial.
El mal-uso o abuso de estas funciones debilita, deteriora, los órganos vinculados a ellas o agota de forma prematura sus principios vitales, adelanta su envejecimiento. La ignorancia y falta de atención plena sobre estos centros y sus propiedades conlleva al individuo a ser más vulnerable a la enfermedad, le complica considerablemente la existencia y diminuye su calidad de vida.
Por ejemplo, cuando una persona mantiene un esfuerzo abusivo, sin descanso, no duerme correctamente y está sometida a una continua preocupación, es muy posible que caiga enferma por agotamiento o tenga síntomas de desequilibrios, sufra de estrés. Si esto se mantiene durante largos periodos, probablemente, aparezcan patologías graves.
Estos centros neurálgicos o funciones psíquico-físicas son[1]:
Ø        El centro intelectual.
Ø        El centro emocional.
Ø        Un centro que se divide en tres funciones o sub-centros ligados íntimamente pero que se distinguen entre sí por sus características particulares.
§           Un centro motor.
§           Un centro instintivo.
§           Un centro sexual.
En el conocimiento de sí estas funciones se estudian a través de la observación de uno mismo, en el estado de presencia con el objetivo de experimentar el cómo se despliegan en la vida diaria, cuales son sus propiedades para establecer a través de la comprensión creadora su equilibrio, reforzarlas y respetar sus limitaciones.
El estudio del cuerpo humano por parte del auto-conocimiento no se realiza a nivel físico, para ello hay que matricularse en una universidad, sino al nivel anímico o psicológico. Este texto proporciona al lector herramientas y conocimientos para responder a los interrogantes que surgen en un instante dado “dentro de su mundo interior” y verifique en sí mismo el cómo, por poner un ejemplo, sus emociones influyen en sus pensamientos y acciones. Esta enseñanza orientada hacia el bienestar integral instruye sobre el cómo aprender a relacionarse correctamente con sus pensamientos; el saber discernir lo real o fantasioso de un concepto o discurso intelectual; el practicar la solución de problemas y evitar las preocupaciones; el ser consecuente con la palabra, educarla; el saber escuchar a los demás, respectar sus opiniones;… un sin fin de ejemplos que permiten, a quien le presta la atención debida a estas funciones, una existencia más equilibrada, inteligente, feliz.
Conocerse a sí mismo empieza por “presenciar con todo realismo y atención consciente” qué factor psicológico (personalidad, ego o Esencia) utiliza, en un evento, las capacidades de la persona (intelectuales, emocionales, motoras, instintivas o sexuales) para comprender de forma cabal cual es la naturaleza de sus pensamientos y/o sentimientos y/o acciones en ese momento.
Un individuo que anhela relacionarse debidamente consigo mismo observará plenamente las características propias de estos centros y las asociaciones que mantienen entre sí para adquirir independencia sobre ellos. Desde la perspectiva interna, el estudiante requiere comprender que las operaciones o los procesos del pensar, sentir y actuar son herramientas de expresión que están a su disposición. A él le corresponde conocerlos y manejarlos de forma recta, oportuna y sensata.
 
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[1] Para mayor facilidad en la lectura reduciremos el concepto “centro neurálgico” por centro.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El factor Esencia

La Esencia es el elemento fundamental de la constitución psicológica de la persona, de su posterior ordenamiento y construcción interna.
Este factor es una porción de alma libre de condicionamientos; contiene el principio inteligente y, de forma latente, todas y cada una de las cualidades que le son propias. Este principio rector, integrador, se denomina “la conciencia superlativa del Hombre” y está comprendida en la Esencia en su misma proporción. Por tanto, el ser humano posee tanta conciencia libre como Esencia.
Con el primer aliento, la Esencia se incorpora de forma definitiva en el niño recién nacido. Ésta es su auténtica realidad, la intimidad misma de la persona, por la cual la criatura refleja su belleza, pureza e inocencia.
En esta porción de alma libre se halla el potencial humano del individuo.
En los primeros años de vida, el infante manifiesta su verdadera naturaleza en la medida que su personalidad no está definida.
Generalmente, en un niño de corta edad se aprecia un halo de sencillez, una gracia particular que atrae las sonrisas y felicidad de quién le rodea.
El asombro por la flor, los bichitos, el interés por las cosas que rodean al niño, recuerda los momentos cuando la inocencia de su Esencia se reflejaba en la transparencia de su mirada. En su corta edad, los infantes irradian una gran cantidad de atributos innatos, popularmente conocidos como cualidades del corazón que, reflexionando, se pueden vincular a su inteligencia emocional incipiente.
Sin embargo, a medida que los escenarios surgen en su existencia, paulatinamente se vislumbran actitudes que se alejan de esta naturaleza cándida. Situaciones donde el niño reacciona con insolencia, celos, ira porque un deseo no se satisface, envidias, impaciencias, intolerancias, miedos, etc. En estos momentos, los asistentes pueden percibir el cómo se establece en este niño la conciencia embotellada o factor Ego, el cual influye y refuerza la formación de su personalidad.
La consecuencia de la lógica inmadurez de la infancia es que el desarrollo del alma libre y sus principios innatos se detienen a una edad relativamente temprana.
Tal como hemos expuesto en el tema del factor personalidad, la carencia de un proceso de reflexión íntima impide al infante discernir lo que es recto y conveniente en su propia formación psicológica.
El desconocimiento de estos factores psicológicos en padres, profesionales de la salud y de la sociedad en general, agudiza y acelera la imposición de patrones de conducta. El niño se carga de reglas, normas y moldes mentales tal como se ejercen en su entorno familiar, social, cultural o religioso y los asume como una forma de ser, vivir, pensar,… apartada de su auténtica realidad.
Esta es la causa principal por la cual la personalidad del individuo es ajena a los principios anímicos y la conciencia superlativa del ser humano queda dormida o latente como una semilla que espera un estímulo o impulso para iniciar su desarrollo.
La Esencia, a pesar de las dificultades, se manifiesta en diversas ocasiones en todo individuo.
La expresión de la conciencia es de naturaleza sutil, lacónica, liviana y efímera. Habitualmente, la mente la desconoce o ignora por esta característica. La conciencia se revela, y lo hace de forma puntual, en contraste a la información facilitada a la mente por los sentidos. El intelecto elabora sus conceptos en función de la calidad de las sensaciones recibidas, las cuales son más o menos persistentes. Los pensamientos, emociones, apetitos, deseos,… generados por la propia mente suelen impregnarse de esta propiedad y la parte racional del individuo se familiariza con esta naturaleza sensual. El intelecto muestra duda o incomprensión ante la revelación espontánea y lacónica de la conciencia, tal como la corazonada, inspiración, imaginación creadora, idea inteligente.
Sin embargo, en alguna ocasión el ser humano tiene una vivencia trascendente, que no reconoce pero que deja una huella fuera de lo común, ordinario o habitual. Todos los hombres han experimentado a través de una intuición, un sueño, un instante excepcional, con un estado de conciencia particular que le interpeló especialmente y, en algunos casos, se depositó una inquietud de tipo espiritual e íntima.
Una noche estrellada donde el misterio de la Creación ha invadido a quien la contemplaba, una puesta de Sol en la soledad, la belleza del amanecer que irrumpe la oscuridad, el nacimiento de un hijo, un grave accidente o enfermedad,… Las posibles “tomas de conciencia” de una realidad o dimensión trascendente son innumerables e imprevisibles, una vivencia particular y propia de la conciencia del individuo que la experimenta.
Todo ser humano ha tenido, alguna vez en su vida, unos instantes mágicos en los cuales se ha sentido atraído por lo Eterno, lo Profundo, lo Infinito.
Estas experiencias en lo más íntimo de sí mismo son las que avivan este factor Esencia e impulsan inquietudes, plantean interrogantes sobre el sentido de la existencia, sobre su auténtica realidad como ser humano, el porqué del sufrimiento, la muerte, etc. una multitud de preguntas que sólo la presencia y el desarrollo de la conciencia libre permiten investigar.
Es obvio que el factor personalidad considera estas reflexiones vanas y sin importancia y las relega o abandona en cuanto sus intereses vuelven sobre el escenario de la vida. Por el contrario, en el caso que la persona sienta con profundidad estas vivencias íntimas y se ocupa de ellas, nacerá en su interior un anhelo por comprender el mundo que le rodea, a sí mismo y empezará una búsqueda interior por conocerse y hallar respuestas a todas estas cuestiones que han conmovido su corazón.
La conciencia o Esencia libre de todo ser humano empieza su desarrollo cuando realiza un esfuerzo consciente sobre sí mismo por aprehender su auténtica realidad.
La disciplina de la meditación y el conocimiento de sí son herramientas que proporcionan una didáctica encaminada a que el estudiante con su práctica adquiera suficiente independencia psicológica del factor Ego y progrese en la emancipación de su conciencia.
El desarrollo de la Esencia es posible en la medida que se comprende de forma cabal los agregados psicológicos que la encarcelan en todos los niveles del subconsciente. El esfuerzo que el auto-conocimiento presenta es aquel que se dirige intencionalmente sobre sí mismo. No sería posible despertar la conciencia a la humildad si, previamente, no se aprehende los entresijos mentales del orgullo, su razón de ser, sus mecanismos de actuación en la existencia. Se puede enumerar una gran cantidad de elementos impropios del hombre o Egos que embotellan su psiquis, tal como el odio, resentimiento, rencor, la venganza, aversión por el prójimo y que limitan el libre fluir de la fuerza de la compasión de la Esencia.
Todos los valores humanos innatos que en su día vieron la luz en el niño se hallan, lamentablemente, procesándose en virtud de su propio condicionamiento en el adulto.
A medida que estos factores subconsciente y subjetivos del mi mismo se disuelvan pacientemente, resplandecerán los valores de la conciencia superlativa del Hombre y su auto-conciencia le alumbrará en su existencia.
El factor Esencia es lo más noble que el ser humano posee, el tesoro del evangelio que las personas olvidaron en el fondo de su psiquis, el genio encerrado en la lámpara de Aladino, la luz o voz interior que desterrada es incapaz de enseñar el camino del alma.
 
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sábado, 17 de septiembre de 2011

El factor ego

El factor ego es un conjunto de elementos o agregados psicológicos que personifican nuestros errores, carencias o defectos.
Por ejemplo: Cuando una persona piensa, siente y actúa con falta de paciencia en algún escenario de su existencia, revela que esta debilidad psicológica está presente en su personalidad. En esas situaciones, el agregado o factor ego de la impaciencia caracteriza al individuo. La impaciencia condiciona su conducta al error. Es obvio que este elemento es un defecto o una carencia de la virtud que conocemos como paciencia.
Estos elementos subjetivos de tipo psicológico son innumerables. Los seres humanos cargan en su interior orgullo, ambición, miedo, ira, celos, envidia, lujuria,… por nombrar algunos, también pueden calificarse como ingredientes de la personalidad.
En lo concreto, este factor psicológico es “una respuesta equivocada a la existencia”. La falta de lucidez o conciencia ante un evento conlleva que un individuo reaccione con la mente. Cuando las acciones erróneas se repiten en el tiempo ante las mismas escenas de la vida, es muy probable que se forje en la psiquis una carencia de inteligencia práctica, un defecto del alma.
Este hecho se observa fácilmente en las personas que conocemos, hasta el punto de prever como van a reaccionar ante un suceso.
El egoísmo, la impaciencia, soberbia, intolerancia, el amor propio,… son, en definitiva, recursos de la psiquis emanados de una carencia de perfección y se prodigan en la forma de pensar, sentir y actuar de la persona, haciéndolo de una manera desacertada.
El ego se aloja en el subconsciente, aunque por las continuas manifestaciones a lo largo de la existencia en un individuo, la personalidad se impregna de sus características. Por esta razón vemos con cierta facilidad que algunas personas tienden a ser orgullosas, miedosas, egoístas, impacientes,… esto mismo, es posible observarlo en uno mismo.
Tradicionalmente, la falta de atención plena sobre sí acarrea a muchos individuos atribuir a estos agregados, de forma total o parcial, cualidades. Otros los dividen en dos partes: consideran una parte superior o positiva, útil a la personalidad y, otra, inferior o negativa que se alza en un defecto o desequilibrio por falta de control, conocimiento o voluntad de la persona. De tal manera, la ambición, el miedo, el orgullo, los celos,… socialmente son calificados con un rasgo positivo.
Popularmente, se escuchan citas de la índole:
“Si no tiene celos es que no te quiere”.
“Un joven sin ambición no puede ocupar este puesto”.
“El miedo nos protege o previene de los peligros”.
“Una persona que se preocupa es una persona responsable”.
“La curiosidad es lo que nos motiva para aprender”.
Cada una de estas sentencias u otras que transmiten una idea similar sobre el factor ego, al ser examinadas bajo la luz del auto-conocimiento, se advierte que son producto de una insuficiente observación de sí mismo, denota una falta de aprehensión del mundo interior o psicológico del ser humano.
Primeramente, si la existencia de una parte superior de un defecto se convirtiera en una cualidad, esto implicaría que en el ejemplo del miedo, la “carencia de valor” a la hora de enfrentarse a las circunstancias de la vida, se consideraría una virtud.
Este argumento se sustenta en la idea que el instinto humano primario, al igual que los animales, le protegen de un supuesto riesgo o amenaza.
Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.
Desde el punto de vista psicológico, es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia en la persona. (Wikipedia, la enciclopedia libre).
Esta afirmación nace de una observación superficial del comportamiento humano y carece de objetividad, difícilmente el miedo resuelve eficazmente una situación adversa. Esta explicación sirve para justificar el miedo, el temor y la continua búsqueda de seguridad que a través de las reiteradas experiencias el individuo las convierte en un patrón de conducta.
El ser humano requiere despertar su conciencia al valor, desplegar su estado de presencia a cualquier situación con entereza, decisión, audacia, coraje, reflexión e inteligencia práctica, cualidades propias de la valentía.
La aplicación de una virtud es una acción inspirada en el estado de atención plena o conciencia de sí, no una respuesta inconsciente, predeterminada, un intento desesperado e irreflexivo de algún elemento subjetivo alojado en el subconsciente.
No confundir el temor con una cualidad del factor Esencia, la cual es: “estar presente” a una situación de peligro, lo que se llama “ser prudente” o ser consciente del escenario de riesgo, conflicto o inseguridad, ya sea en el ámbito físico como psicológico.
La prudencia es el atributo del alma que capacita al ser humano enfrentarse a la dificultad o peligro con lucidez, serenidad, atención, valor y equilibrio. Por ejemplo, un buen piloto de avión es aquel que dirige el vuelo con prudencia y no con temor.
Es un grave error asociar el miedo con la prevención ante la percepción de un peligro. El temor es una consecuencia de dicha percepción, por lo que no previene de él. Éste interpreta la situación como tal, sea el peligro real o imaginario. Sin embargo, la observación de sí revelará que el miedo, recelo, cobardía,… paraliza, limita, condiciona,… no permite la expresión serena y libre de nuestras facultades.
Por lo tanto no existe una parte superior o transcendente del factor ego del miedo o de cualquier otro. Ya sea superior o inferior, el miedo es una misma energía y una carencia psicológica; una falta de madurez o de formación de la personalidad en cultivar consciente, cabal y inteligentemente sus cualidades humanas.
La característica principal del factor ego es que encarcela las virtudes del alma; de forma transitoria embotella la psiquis, la cubre de subjetividad, debilidad, pluralidad, etc.
Esta misma explicación desplegada sobre el defecto del miedo se puede realizar sobre cualquier agregado psicológico.
El factor ego no se percibe como es, al menos que el individuo haya desarrollo una observación profunda de su propio subconsciente. Sin embargo, puede distinguir sus efectos. En el momento que el ser humano advierte como piensa, siente y actúa desde la perspectiva de la atención prestada, será capaz de descubrirlo. La naturaleza de los pensamientos, sentimientos y acciones manifestada en un evento desvela la autoría de los mismos.
Si una persona piensa con intolerancia, la siente ante un hecho y actúa con ella, por ejemplo ante una persona por antipatía, la naturaleza psicológica de este proceso indica que al menos un elemento de intolerancia se manifiesta desde el subconsciente.
En el auto-conocimiento es muy importante la observación intencionada de sí mismo. Así el estudiante “verifica” como muchas expresiones psicológicas de la personalidad tienen una naturaleza egocéntrica, subjetiva y circunstancial, le revela la presencia y actividad del elemento psicológico que lo caracteriza.
El factor Ego es el responsable de que la personalidad esté fraccionada en múltiples intereses propios. La división interior es el origen de las contradicciones en un mismo individuo, de una lucha interior, conflictos que son las causas de los sufrimientos y preocupaciones.
Figuradamente, en el espacio psicológico del ser humano, es como si existieran una multitud de personas cada una de ellas con una forma determinada de pensar y sentir, con sus motivaciones y deseos particulares que rivalizan entre sí por conseguir la hegemonía, el control de la personalidad.
Por ejemplo, una persona cuyo centro de gravedad psicológico gravita alrededor del miedo y de la ambición en una transacción económica o en un negocio, se halla en una situación interior dividida en intereses contradictorios que producen preocupación, sentimientos encontrados. Este hecho lo atormenta.
Estos elementos psíquicos dividen la voluntad, inteligencia e integridad del individuo porque cada uno estos factores se manifiestan psíquicamente según sus características, siendo la entidad del miedo muy diferente de la ambición.
Otro ejemplo es el asombro que causan ciertos individuos en asegurar firmemente sus compromisos o asumir la responsabilidad de algo en un instante dado y, más tarde, olvidan o pierden todo interés, todo lo dicho se diluye, tal como sucede en muchos colectivos sociales o políticos.
Muchos individuos son exhortados bajo prescripción médica que seguir fumando pone seriamente en riesgo su salud y, sin embargo, son incapaces de dejarlo.
Los ejemplos en la vida práctica son innumerables.
¿Cómo es posible que una persona ame a su esposa/o y, sin embargo, la/o engañe?
Un ludópata sabe que su afición pone en peligro la economía de su familia pero es incapaz de dejarlo, lo mismo sucede con el mundo del alcohol o las drogas, por poner casos evidentes.
Es interesante para quien anhela conocerse a sí mismo dirigir la atención debida sobre sí para ver que elemento subjetivo se mueve dentro de su espacio psicológico.
El factor Ego es el resultado de la “experiencia subjetiva” que se acumula en la mente a través de las vivencias a lo largo de la existencia del individuo.
Cada vez que se obra en función del miedo, orgullo, envidia, egoísmo,… el factor ego se alimenta psíquicamente, se vigoriza, se hace más fuerte, adquiere más autonomía y, el alma, se hace más esclavo de él.
El estudio, compresión y eliminación de estos defectos psicológicos es una tarea ardua que se explicará más adelante. Primero se requiere de una observación directa de sus manifestaciones en las diferentes funciones psíquico-físicas, seguido de la práctica de la meditación para aprehender su hondo significado en la existencia.
El ego es, en definitiva, la causa psicológica que origina el error. Cuando una persona se equivoca atrae, normalmente, desequilibrios, desorden, en su vida y esto provoca sufrimientos a nivel individual o/y colectivo, en el caso que afecta a un grupo de personas, una familia por ejemplo.
La base del error en el ser humano se halla fundamentalmente en la parte desconocida de sí mismo. Una persona se atrae una gran cantidad de padecimientos por ignorar las causas que los engendra.
En el momento que un individuo comprende cabalmente que requiere un cambio o transformación interior, dirige su atención hacia esta parte desconocida y observará con asombro la gran cantidad de elementos subjetivos (egos), que carga íntimamente, los cuales son los auténticos responsables de los impulsos volitivos, sentimientos y pensamientos que le conducen al error.
Muchas personas durante su existencia anhelan cambiar y se han preguntado cómo hacerlo juiciosamente. La transformación interior empieza por una “toma de conciencia” de estos defectos de tipo psicológico que el estudiante acarrea íntimamente. Esta evidencia atraerá el esfuerzo necesario por comprenderlos y erradicarlos de la psiquis. Esta faceta del auto-conocimiento se denomina “el trabajo interior”, el cual se constituye en una didáctica que dirige los esfuerzos conscientes encaminados hacia el despertar de la conciencia, el desarrollo de todas y cada una de las virtudes del alma y la eliminación del factor Ego de la psiquis.
“Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarrilado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo”. (Marco Aurelio. Meditaciones, Libro IX, 42).
La calidad del alma humana, la edificación o encarnación de valores humanos, siempre ha atraído la atención de los grandes sabios de la humanidad. Por esta razón, las más diversas corrientes filosóficas y religiosas se ocuparon, por un lado, de la cuestión de las carencias o los defectos que carga la psiquis del ser humano. Por el otro, en el cómo alcanzar grados de perfección que permita al individuo de disfrutar de paz interior, orden y lucidez independientemente de las condiciones externas que le rodean; adquirirlas de forma objetiva, permanente y no circunstancial.
La denominación del agregado psicológico se ha transformado continuamente y llenado de matices a través de la historia, sin embargo, desde el punto de vista humano, ético o religioso, siempre estuvo presente.
En la antigüedad, el factor ego era designado con el nombre de “pecado” y significaba error, carencia de conciencia en lo que se hacía, falta trágica de juicio. Desde la instauración del cristianismo confesional en Occidente, éste se halla envuelto de un matiz estrictamente moral, perdiendo su significado original.
“Para los griegos, pecado se decía hamartia: “fallo de la meta, no dar en el blanco”. Aludía al concepto de vivir al margen de lo esencial debido a una actitud errónea no consciente.
Antes que los griegos y con anterioridad al arameo, el término pecado tenía el significado de “olvido”. Olvido de algo que estaba presente; olvido como dejar a un lado”. (Wikipedia, Enciclopedia libre).
A medida que el estudiante se observe a sí mismo todos estos elementos psíquicos en su mundo interior, se hará consciente de ellos y, una vez comprendidos cabalmente, son eliminados, liberando la parte de la psiquis que se hallaba atrapada por el mismo.
Si una persona erradica en todos los niveles del subconsciente el orgullo o el miedo, resplandecerá la conciencia de Ser de la humildad o de la valentía y, los errores cometidos por éstos y sus consecuencias, desaparecerán de su existencia.

   
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domingo, 12 de junio de 2011

1ª Práctica de relajación y de presencia de sí

Preparación
Antes de iniciarse en esta disciplina es conveniente leer la parte teórica expuesta anteriormente en este tratado con el objetivo de formarse una idea general de sus fases, características, modus operandi e inconvenientes, que favorecerá su práctica.
Cuando una persona aborda la meditación es oportuno elegir un lugar agradable, conocido, cálido, donde no sea interrumpida durante la sesión por ruidos, tránsito de personas, etc. Si es del agrado del estudiante se puede generar un ambiente de recogimiento. Lo habitual es quemar un poco de incienso, encender una vela para no permanecer a oscuras.
Esto elementos son secundarios, esta disciplina es un proceso de interiorización, se practica con los ojos cerrados, no se necesitan los sentidos físicos.
La posición
La primera fase de la meditación es la relajación del cuerpo físico por lo que debemos atraer la atención a la posición del mismo.
Encuentre el estudiante una posición confortable, sentado sobre un cojín coloque las piernas estiradas o cruzadas a la manera occidental. Otras opciones son: sentado sobre un sillón, una silla o banqueta o acostado sobre una esterilla, cama,… se aconseja una postura que mantenga la espalda recta para evitar a la larga una lesión de la misma, la respiración debe fluir sin dificultad.
El cuerpo debe encontrarse “cómodo”, el objetivo de esta primera etapa es que éste no moleste durante toda la sesión, que el estudiante consiga olvidar su existencia. La ropa debe colaborar con esta idea.
El organismo debe descansar, incluso dormirse, y en ningún caso molestar. Este paso de la meditación es fundamental. El reposo del cuerpo es indispensable para alcanzar en la segunda etapa la relajación mental y encadenar con el estado real de meditación.
Es importante recordar que las dos primeras fases de esta disciplina son de preparación para entrar en una concentración profunda, en un silencio mental integrador y activo, donde las fuerzas del subconsciente permanecen en un estado de equilibrio, el conjunto de la psiquis se halle en armonía.
Si la posición del cuerpo es inadecuada, surgen al cabo de los minutos, los dolores de piernas, espalda, la dificultad de la respiración,… atraerán la atención y el estado de concentración será complejo, imposible.
La solución será moverse y empezar de nuevo con la relajación física. En el caso que este proceso se reitera frecuentemente, significa que el cuerpo físico rechaza una disciplina. El practicante deberá crearla, poco a poco, con la voluntad. Cualquier persona puede permanecer sin moverse en una posición confortable durante un período largo de tiempo.
Hay que ser didácticos, se puede empezar con diez, veinte, treinta minutos,... sucesivamente, hasta alcanzar una hora de meditación interrumpida, al cabo de un período entre tres o seis meses según la persona y la asiduidad de las prácticas realizadas semanalmente.
Una vez instalados cómodamente, se cierran los ojos y se inicia un ejercicio respiratorio, con el estado de presencia de donde uno se encuentra, de lo que se hace.
La respiración
Existen diferentes ejercicios de respiración que ayudarán a la relajación del organismo. En esta ocasión se expone uno de ellos, en siguientes prácticas, se desarrollarán alguno más.
Atraemos la atención del estudiante en la “ejecución correcta” del ejercicio de respiración por ser una de las técnicas que mejor resultados aporta a la hora de relajar el cuerpo físico.
En la práctica de esta disciplina hay que evitar toda acción o realización maquinal o inconsciente.
El aprendiz pone atención plena; en este caso, la respiración es intencional, prolongada pero no forzada.
        I.    Inspiramos por la nariz lenta, larga y profundamente, los pulmones se llenan por completo de aire; sentimos como éste pasa por los conductos del sistema respiratorio: nariz, garganta, traquea, pecho. Para conseguirlo, bajamos el diafragma y se hincha el abdomen, se realiza la respiración denomina abdominal.
       II.    Retenemos la respiración durante unos instantes (+ 5 segundos).
      III.   Espiramos lentamente por la boca todo el aire hasta vaciar completamente los pulmones, al mismo tiempo que se percibe que el aire sale, uno se imagina que todas las tensiones, preocupaciones, avatares,… del día se van con el aire exhalado.
      IV.   Repetimos este proceso entre cinco o diez minutos, sin sentirse agobiado.
Este tipo de respiración proporciona una mayor captación de energía vital, facilita la circulación de la sangre, proporciona un ritmo armonioso y equilibra todo el proceso de la misma. Durante la respiración se produce un intercambio de energías y sustancias. Los pulmones hallan el oxigeno y nutrientes que el organismo requiere y se desprenden del dióxido de carbono y demás elementos que el cuerpo desecha.
Después de unos minutos (+ 8), se vuelve a respirar de forma instintiva tal como hacemos siempre, inspirando y espirando por la nariz.
La relajación del cuerpo físico, técnica empleada: la concentración o visualización
El siguiente paso consiste en concentrarse sobre las diferentes partes del cuerpo con la intención de relajar todas y cada una de ellas.
El estudiante empieza por atraer la atención sobre los pies, los puede visualizar, sentir.
En los pies hay músculos, nervios, tendones,… que desarrollan un esfuerzo durante el día, existe un consumo de energía. Con la atención presente, se observa como esta parte y sus componentes se relajan; las energías se equilibran y una sensación de bienestar los invade, un típico hormigueo se expande por toda la superficie de los pies, se hacen pesados, descansan, se duermen.
Progresivamente, la atención sube a lo largo del cuerpo, con la misma técnica, se relajan los tobillos, las piernas, rodillas, los muslos, glúteos, el bajo vientre; según la atención asciende, se siente como les invade la sensación de relajación, bienestar y entran en reposo.
Cuando se alcanza el plexo solar, el cual se sobrecarga durante la actividad diaria de emociones, nerviosismos, tensiones de todo tipo, el aspirante le prestará una atención especial hasta conseguir que todas estas presiones lo abandonen. Quizás sea necesario volver a realizar alguna respiración abdominal para lograrlo.
Una vez relajado el plexo solar, los órganos internos, tal como los riñones, hígado, páncreas, pulmones, corazón; se atrae la atención a la columna, a los músculos de la espalda, se experimenta esta sensación de equilibrio, descanso,… hasta llegar a los hombros. Estos se cargan por el desempeño de las labores cotidianas. Con la concentración en ellos, se percibe como se hacen pesados, se van durmiendo con el hormigueo que baja por los brazos, antebrazos, manos y dedos.
Los miembros superiores se reposan, se duermen, sentimos como esta sensación los llena de lasitud.
Se sigue por el cuello, nuca, en la cual se depositan tensiones, por lo que se presta la atención debida, si es necesario mover un poco el cuello en forma circular en los dos sentidos, se efectúa un par de vueltas para que toda esta rigidez se disipe.
La concentración continúa hacia la garganta, mandíbula, los músculos de la cara, nariz, orejas. Al nivel de los ojos, párpados y cejas, se refuerza la atención, se disipan las tensiones que puedan acarrear, de igual manera que las sienes, la frente y, finalmente, la parte superior y posterior de la cabeza.
Terminado el ejercicio de relajación del organismo, el estudiante se detiene y observa el estado general de relajación, cómo todo está en equilibrio, el cuerpo está distendido, hay una sensación de serenidad entorno a él. Este ejercicio puede durar entre diez o quince minutos.
El estado de presencia, inicio de la relajación mental
Cuando el cuerpo físico se halla en el estado de reposo y no molesta en absoluto, se dirige la atención al cerebro, al lugar donde se perciben los pensamientos.
La concentración se coloca en la pantalla mental para alcanzar el equilibrio, la armonía o serenidad de la psiquis.
Existen diferentes técnicas para alcanzar el estado de relajación mental, el aspirante se iniciará con la practica de la “presencia al aquí y ahora”, también conocido como vivir el instante presente. Se trata de ubicar la atención plena sobre sí.
En este caso, como el organismo se halla durmiendo, la distracción proviene de la mente. La constante actividad intelectual es un impedimento que el practicante de esta disciplina tiene que superar.
El estado de presencia a lo que sucede dentro de su mundo interior es un ejercicio indispensable en la consecución de la segunda fase de la meditación: la relajación y el silencio de la mente.
La técnica radica en percibir el pensamiento, idea,… que surge del subconsciente y llega a la mente y, según aparece, lo dejamos ir. Es una acción contemplativa, dinámica de la observación, que no requiere una respuesta por parte del espectador de aceptación o rechazo de lo que llega al intelecto. La atención consciente e intensa en el aquí y ahora evita la asociación de ideas, especulación razonada o lógica,… sencillamente, con la misma naturalidad que emerge un pensamiento en el intelecto, se deja partir. La experiencia es que éste pasa sin dejar rastro en la mente.
Si el mismo pensamiento, concepto, juicio, preconcepto, imagen,… vuelve a repetirse, lo dejamos marchar de nuevo.
La idea fundamental de esta práctica es: estar presente al proceso del pensar, con la firme intención de no inferir o intervenir en él y eliminar la mecánica de asociación, comparación,... de ideas, pensamientos, conceptos, imágenes,... que emite el subconsciente.
Por esta razón se insiste en el hecho que “el pensamiento viene, el pensamiento se va”. Con esta acción de la voluntad en armonía con la atención consciente se permanece en el aquí y ahora, se percibe entre pensamiento y pensamiento un silencio en el cual ahondamos, cada vez más, intensamente. Una sensación de desapego con respecto a los mismos pensamientos invade al practicante, paralelamente, se aprecia esta paz interior, el equilibrio de la mente.
El estudiante disfrutará de este estado; se dejará llevar por el silencio, el cual es insondable y sólo se interrumpe con pensamientos que son, cada vez más, espaciados y débiles. Esto facilita su contemplación y la experiencia de la serenidad mental.
Cuando la vigilancia activa decae o el estado de alerta se debilita, la distracción que el mismo pensamiento genera se encadena con otro, la atención queda atrapada en una charla, discurso o sucesión de imágenes. Esto se conoce popularmente como los “rollos mentales”, consecuencia de olvidarse de sí mismo.
En este caso, en el momento que el estudiante se recuerda a sí mismo, su atención vuelve, se centra de nuevo en el estado de presencia en el aquí y ahora.
Se puede dedicar a este ejercicio entre cinco o diez minutos al principio para ir extendiéndolo según se adquiere experiencia.
Al principio de la práctica de esta disciplina, este ejercicio acarrea su dificultad, por lo que se necesita paciencia. Según se cultiva la atención, se reforzará y se manejará con mayor precisión; la concentración será más intensa.
El estudiante no debe desanimarse ante las dificultades que surgen en la práctica de una nueva actividad. Se empieza con una dedicación diaria entre veinte o treinta minutos. La meditación es una práctica y una disciplina, hay que desplegar las cualidades que estén acordes con ella para conseguir su dominio.
Facultades como la perseverancia, tolerancia consigo mismo cuando la práctica no consigue los resultados esperados, sensibilidad, sutileza y el discernimiento para comprender donde se presenta la dificultad para solventarla.

http://www.abc.es/20110127/ciencia/abci-ocho-semanas-meditacion-pueden-201101271127.html

 
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jueves, 26 de mayo de 2011

El factor personalidad

Definiremos a la personalidad como un conjunto de características psíquico-físicas tal y como se manifiestan en un individuo.
Este factor es lo que supuestamente se observa de una persona. Por ejemplo, cuando se habla de alguien y se asegura conocerlo, en realidad lo que se afirma es que se conoce su personalidad.
Ésta es una herramienta básica de expresión, es la parte psicológica más superficial, la cual otorga al individuo una aparente coherencia y le permite adaptarse, relacionarse, comunicarse con el medio[1].
El término personalidad proviene del latín “persona”, en el mundo clásico era la máscara que se usaba en la interpretación teatral, esto hace referencia, tal como se evidencia, que ésta es un vehículo de manifestación adquirido, superpuesto, añadido a la psiquis del ser humano. Un niño nace sin personalidad; ésta se origina en la infancia, se desarrolla, más o menos, en la adolescencia y se reafirma durante toda la existencia.
La personalidad es fundamentalmente una respuesta psicológica o mental al mundo que rodea al infante, es el resultado del aprendizaje, la educación, las experiencias,… vinculado con el desarrollo de las funciones psíquico-físicas del ser humano.
La criatura recién nacida no dispone, en líneas generales, de un proceso de reflexión íntimo, objetivo, desarrollado y su conciencia de sí está limitada. Por otro lado, la educación junto al ejemplo de sus mayores, pilares de la formación psicológica del niño, no se cimientan sobre esta capacidad interna, propia, de la Esencia.
En estas condiciones todos los seres humanos, cuando nacen, reciben a través de los sentidos una gran y continua información de su entorno que no comprende ni interpreta, sólo absorbe. La conciencia superlativa del Hombre, sus más íntimas cualidades, se halla en un estado incipiente, por lo que todos estos estímulos entran en su psiquis de forma inconsciente. La mente, las diferentes funciones psíquico-físicas, reacciona generando patrones de conducta y moldes del comportamiento, éstos son en definitiva la máscara a la cual hacían alusión los antiguos clásicos en sus obras.

Esto acarrea que toda personalidad sin excepción posee unas características innatas, depende del tiempo y del espacio. En la creación de la personalidad son determinantes la época o el momento y el lugar donde se halla ubicada, son los que se denominan los componentes ambientales o circunstanciales.
Como ejemplo de lo anteriormente expuesto, se comprende cabalmente que si adoptamos un recién nacido de progenitores orientales y lo trasladamos a un pueblo del Sur de España y se cría entre andaluces, sus protectores lo integran en este contexto con los demás niños, este infante y, más adelante, adulto adoptará todos y cada uno de los patrones propios de la Andalucía, España y Europa contemporánea, nada de oriental aparecerá en su psiquis.
Este hecho nos enseña la importancia y lo determinante que resulta el lugar donde se gesta la personalidad del individuo.
Otra figura muy pintoresca, pero no menos eficaz, en la comprensión del componente tiempo, es el caso imaginario de trasladar a nuestro tatarabuelo al siglo XXI. Es obvio que todo el aprendizaje adquirido en su época de poco o nada le serviría y se asombraría continuamente de los cambios y costumbres de la sociedad actual, por lo que deberá adaptarse por completo al modo de vida de nuestros días. Esta característica del momento en la formación de la personalidad es, algunas veces, responsable de la incomprensión entre generaciones, entre padres e hijos, de su diferencia de mentalidades.
La adopción de patrones de conducta y moldes del comportamiento son lo que psicológicamente diferencian el “factor personalidad” de una persona a otra. Éstos son los que le confieren una aparente continuidad en su forma de pensar, sentir y actuar en el momento de enfrentarse a la existencia.
Existen distintas variantes psicológicas y características intrínsecas de la mente que intervienen en la creación de los patrones de conducta y que conforman la personalidad.
Los más relevantes son: “La imitación, la búsqueda de seguridad y una escala de valores” establecida por el individuo o/y impuesta por su entorno, tal como valores familiares, sociales, religiosos, culturales, políticos, regionales, históricos,…
La imitación.
La imitación o la capacidad de reproducir es una propiedad de la mente. El recién nacido, según crece, sus funciones físicas y psicológicas se desarrollan y se llenan de contenidos.
Por ejemplo, en la función motora, el infante reproduce y aprende, poco a poco, a realizar y controlar los movimientos más básicos hasta los más complejos, de esta manera el niño, aprende a comer, agarrar objetos, gatear, caminar, correr, hablar, realizar manualidades, escribir, practicar deportes, bailar,… acciones vistas, sentidas, por él y enseñadas por las personas que le rodean.
De la misma manera, respetando sus peculiaridades, sucede con las demás funciones tal como la emocional, instintiva, intelectual y, en la pubertad, la sexual.
En el caso de la función motora, cuando una acción se asimila, queda registrada, memorizada. Es obvio que una vez el niño domina sus pasos, al día siguiente, no requiere aprender a andar de nuevo.
El potencial o capacidad de aprender de las diversas funciones tanto físicas como psicológicas no dependen exclusivamente de las condiciones ambientales sino también hay que tener en cuenta el patrimonio genético de cada individuo. Es obvio, que no todos los seres humanos nacen con las capacidades intelectuales de Einstein, las físicas de un Lance Armstrong o artísticas de un Wolfgang Amadeus Mozart.
La imitación a partir de la tierna infancia es una fuente natural y espontánea de inspiración en el aprendizaje del ser humano.
El niño reproduce la forma de andar de alguno de sus progenitores, hermano/a, persona más cercana o por aquella que ejerce una fascinación en él, lo mismo con la manera de comer, hablar, moverse, etc.
Esta propiedad es específica de la mente, la cual permite aprender a través de la información que recibe por los sentidos.
¡Hay que reflexionar sobre el hecho que el infante aprende con más facilidad y profundidad a través del ejemplo que por el precepto!
Debido a que la fuente de información que recibe la mente a través de los sentidos procede siempre el mundo exterior, la denominaremos mente sensual. Ésta, por lo tanto, queda limitada, circunscrita, por el mundo conocido de los sentidos y siempre se mueve dentro de él.
La imitación no se limita a las funciones motoras, se extiende a todas ellas, los niños copian de sus aledaños las manifestaciones emocionales, formas de sentir, pensar, ideas, conceptos, gustos, apetitos, todo tipo de actitudes.
De la misma forma que la mente imita como una fuente natural de aprendizaje, también existe el mimetismo intencional, algunos de ellos provechosos y otros causados por elementos subjetivos (el factor Ego) que controlan la misma personalidad y su formación.
Por ejemplo, muchas profesiones manuales, sin desprecio de los conocimientos básicos necesarios para ejercerlas, se aprenden al observar su ejecución por alguien que tiene experiencia en el desempeño de las tareas que le son propias.
Por otro lado, ¿cuántos adolescentes siguen patrones en la forma de vestir, actitudes, gustos,… por imitación a las personas que admiran?
¿Cuántos adultos fuman por imitación? ¿Beben? La imitación ha conducido a muchos adolescentes a iniciarse en el mundo de las drogas.
El ser humano imita consciente o inconscientemente ante situaciones que no controla o desconoce, sirvan de ejemplos, ante un protocolo social, religioso,… ceremonias, donde se mira con interés el comportamiento de los demás para pasar desapercibidos, saber qué hacer; cuando se incorpora a un nuevo trabajo; se viaja a un país desconocido; se visita a unos amigos de culturas diferentes.
Esta emulación es una de las causas que conducen al niño a adoptar una gran cantidad de patrones o modelos en su comportamiento de las personas que le rodean, las cuales son su referencia.
Esto conlleva que los niños no sólo se parecen físicamente a sus progenitores, sino que también, acarreen muchas de sus formas de pensar, sentir y comportarse en los primeros años de su vida.
Más tarde, en la adolescencia, se revelarán en contra o no de muchos de los patrones adquiridos de forma inconsciente o que tratan de imponerle. Esto dependerá de las circunstancias vividas por cada individuo y de los cambios de influencias que son propios a esas edades, como son el núcleo de amigos, compañeros de colegio, las modas impuestas a los jóvenes a través de los modelos publicitarios, en los medios de comunicación, el mundo de la música, cine,…
Es conocida la tendencia de los jóvenes a agruparse e identificarse según los modelos o ideales que les fascinan, adoptando formas de comportamiento, vestimentas, actividades,… que, en muchas ocasiones, llaman la atención por ser completamente opuestas a su cultura, ámbito social,… y que son meras reproducciones de sus ídolos.
En muchos casos, la inclinación a la imitación seguirá presente y se cambiarán o establecerán unos patrones por otros, sin someterlos a ningún proceso de reflexión íntimo, consciente y objetivo.
En este sentido la imitación es una facilidad, debilidad o un recurso psicológico del adolescente que busca compensar carencias de imaginación, creatividad, confianza en sí mismo,… y, en casos extremos, rechaza su propia identidad, la confunde o se desvincula de ella.
Bajo la consideración del auto-conocimiento es oportuno y necesario reflexionar sobre la imitación y el cómo influenció en la formación de nuestra personalidad.
Muchas actitudes y costumbres de los adultos se fundamentan sobre esta característica de la mente; engendran formas erróneas de pensar, sentir y actuar; maneras estereotipadas de comportarse que no dejan espacio a la libre iniciativa; ni establecen el pensar por sí mismo a través de la experiencia directa, propia y consciente.
Los patrones o modelos psicológicos basados en la imitación son un auténtico obstáculo a la hora de vivir los eventos, la realidad, tal como se presentan sin los “a priori”, preconceptos, prejuicios,... y afrontarlos con sentido común, inteligencia práctica, mente abierta y no bajo ideas preconcebidas ni moldes del comportamiento.
Otra propiedad de la mente sensual es la busca de seguridad, la cual encamina la creación del Factor Ego del miedo y que influencia notablemente la formación de la personalidad.
La búsqueda de seguridad.
La búsqueda de seguridad es una respuesta instintiva, una consecuencia de la propiedad de la mente sensual. Recordemos que la información que llega a la mente proviene de los sentidos. Estos revelan al niño el mundo exterior, por lo que sus conocimientos discurren de lo conocido a lo conocido.
El mundo que habitualmente rodea al niño aduce, aporta, seguridad a su psiquis. La mente de todo infante tiende a reaccionar con confianza ante lo que está acostumbrado. Más adelante, según avanza en edad, también percibe el hecho de su total dependencia a sus padres. Esto inclina su mente hacia el apego de lo conocido.
El recién nacido mantiene una relación vital, natural, espontánea, íntima con su madre en primer lugar y, más tarde, la establece con su padre y núcleo familiar o, en su defecto, con quienes asumen esta responsabilidad. Las estrechas relaciones entre los miembros de su familia; las demostraciones de cariño, amor y afecto que recibe,… forman y nutren la función emocional del niño, atraen su atención, constituyen su mundo conocido, en el cual se siente integrado, aceptado y seguro[2].
La mente del niño se adapta a esta circunstancia, la hace suya, se reconoce en ella, se apega de forma involuntaria e instintiva a esta situación.
Cada vez que la mente del infante se enfrenta a un nuevo escenario, por su inconsciencia o por ausencia de presencia del factor Esencia, es muy común que lo haga con recelo, desconfianza, rechazo, incluso, con aprensión.
La mente apegada a lo conocido rechaza lo desconocido, lo nuevo, lo considera extraño, ajeno, misterioso,… y ante él las semillas del “factor Ego del miedo” empiezan a desarrollarse en su psiquis.
Por esta razón, en la mayoría de los seres humanos se genera una gran variedad de miedos y temores, se establecen mecanismos que lo dirigen hacia la búsqueda de seguridad, lo mantienen en el conformismo de lo ordinario. Muchos de los miedos son transmitidos por la misma familia y, en general, por la sociedad.
Los seres humanos de forma natural levantan una gran cantidad de protecciones, le dedican energía, tiempo y realizan grandes sacrificios para mantenerlas.
Muchas preocupaciones y desvelos del ser humano tienen como base el temor a perder alguna cosa o evitar el mismo sufrimiento.
El individuo cada vez más se rodea de bienes materiales, necesidades, seguridades por lo que el apego a ellos y el miedo a perderlos levanta en la mente todo tipo de inquietud, ansiedades,… que condicionan su personalidad y, como consecuencia, su vida.
Las causas que generan el miedo y las preocupaciones en el ser humano son innumerables.
Las personas tienen miedo a la muerte, a la enfermedad, a la vida, a la Verdad, a la vejez, al pasado, al presente, al futuro, a afrontar sus responsabilidades, al error, al fracaso, a la soledad, a la oscuridad, a la incomprensión, al rechazo de los demás, al qué dirán, a la pérdida de empleo, pérdida material, a la escasez, al castigo, a la libertad,…
Todas son circunstancias de la existencia que la personalidad del individuo rehúye como una experiencia, elabora todo tipo de conductas preventivas para evitarlas y cuando éstas lo alcanzan reacciona con sufrimiento. No las recibe de forma franca, natural,… que es la forma más inteligente de enfrentarse a la vida para trascenderla.
Esta faceta de la mente condiciona, limita, al individuo y tiende a generar mecanismos, maneras repetitivas, artificiales, en la forma de pensar, sentir y actuar, determinando pautas de la conducta.
Reflexione el lector sobre la base de muchas de sus preocupaciones y constatará que muchas de ellas están ligadas al temor.
El miedo es el origen, en muchos casos, de personalidades complejas que tienen su reflejo en la forma de pensar, sentir y comportarse en la existencia. La búsqueda de seguridad condiciona, inhiben y retraen la libertad del individuo y complican su vida.
La personalidad del ser humano sólo desarrollará cualidades tales como la confianza, esperanza, fe,... cuando comprenda y elimine los diversos patrones y moldes que el temor ha cristalizado en ella a través de la experiencia, el dolor y la falta de reflexión objetiva.
La escala de valores
Los patrones de conducta son formas estereotipadas del comportamiento, se instauran como unas normas que rigen la forma de reaccionar de la persona ante ciertas circunstancias o en la relación con los demás.
La mayoría de los moldes psicológicos son bien-intencionados, incluso, útiles en la existencia, sin embargo, nos alejan de la inteligencia práctica que habita en todo ser humano.
Cada individuo tiene su propia personalidad y esta última se distingue por estas pautas o normas psicológicas que su entorno y su propia mente han creado como respuesta a las diversas situaciones de la existencia.
Esto permite que, en muchas ocasiones, la reacción que adopta una persona sea previsible porque conocemos su personalidad. Del mismo modo que alcanzamos a ver las conductas repetitivas en los demás, también lo podemos observar en nosotros mismos, si atraemos la atención hacia el interior.
A lo largo de la infancia y, más tarde, en la adolescencia, el niño recibirá la influencia de su familia y de la sociedad en diferentes grados. Según las propias inclinaciones psicológicas de la persona (determinadas por el factor Esencia o el factor Ego) valorará en uno u otro sentido dichas influencias adoptando patrones que obedecen al entorno familial, social, religioso, político, cultural,…
Expondremos diferentes ejemplos para ilustrar lo anteriormente comentado.
En España, las generaciones que nacieron en los años setenta crecieron en un ambiente de libertad política. Hoy en día las personas pueden manifestar sin temor a represarías su condición, ideas,… en este sentido. Sin embargo, los que nacieron antes de la década de los sesenta recuerdan con claridad como se aconsejaba vivamente guardar para sí las opiniones políticas sobre el régimen.
Es obvio, que las generaciones nacidas en el periodo de la dictadura, en líneas generales, fueron condicionados, limitados, por los moldes políticos de la época.
Esto mismo sucede en muchos países donde impera una dictadura, su personalidad será subordinada a través de los patrones impuestos por el poder político y por la sociedad que atrapada en ella participa de estos moldes.
Otro ejemplo, lo verificamos a nivel religioso.
Una niña nacida bajo un régimen islámico o en un núcleo familiar creyente de este culto ejercerá una influencia preponderante en su personalidad. La educación vertida en ella, tal como se constata en los países de Medio Oriente, es dirigida hacia el establecimiento de su práctica. La niña es enseñada en aquello que puede o no hacer según sus códigos.
Estos moldes, en muchos casos, se enfrentan a la educación y mentalidad que se prodiga en la sociedad Occidental. El lugar que en la práctica otorga el Islam a la mujer, en cuanto a libertades y derechos, es percibido por la personalidad occidental con preocupación e incomprensión.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres que han recibido esta formación asumen en su personalidad estos comportamientos considerándolos parte de su forma de Ser.
Dentro de su escala de valores, la persona estimará muy importante su práctica religiosa tal como la aprendió.
Pongamos otro ejemplo, a nivel familiar.
A lo largo de la existencia en la adolescencia y juventud se crean amistades y a través de ellas se frecuentan núcleos familiares ajenos.
La confianza permite a los adolescentes conocer espacios familiares distintos al propio, hay invitaciones para realizar trabajos escolares, compartir ocio,… No es extraño que el trato, las costumbres, del núcleo familiar visitado causen asombro o extrañeza por contraste con los de su familia. Todas estas diferencias que se constatan en los hábitos, usos y comportamientos son el resultado de las distintas pautas familiares que se transmiten de padres a hijos.
Estos moldes, desde el auto-conocimiento, no son considerados buenos ni malos, en todo caso, serán oportunos o no según el sentido común.
Las tradiciones sociales, históricas, regionales, religiosas,… están al origen de fiestas, celebraciones y rigen la vida de los ciudadanos en los pueblos y las ciudades.
Las festividades conllevan unas actitudes determinadas de diversión, unos ambientes en las reuniones de amigos, celebraciones muy particulares que le son propias. Por ejemplo, en Andalucía se prodigan las ferias asociadas a la primavera; en la zona levantina están asociadas a un hecho histórico con los Moros y cristianos; el culto al fuego y a la pólvora en la costa mediterránea; en otros lugares las fiestas giran alrededor de los Toros y sus encierros; en muchos pueblos a santas o santos religiosos, a romerías, procesiones,… Cada país, sus pueblos y regiones, goza de sus fiestas típicas, cada uno se distingue con su tradición.
La persona recibe este evento como una forma de entender, sentir y actuar lo propio, con lo vivido en la infancia, adolescencia y juventud. Estas experiencias y la importancia que adquieren en cada individuo atraen sobre él unas conductas que moldean su personalidad.
Es típico en las personas que residen fuera del pueblo donde consideran tener sus raíces presentarse todos los años, si disponen de medios, para participar de sus fiestas, encontrarse con sus familiares, antiguas amistades,… sentirse en lo suyo, en lo conocido.
Sin embargo, cuando la educación de un individuo es ajena a ese entorno, las vive como un espectador, el hecho de “no estar acostumbrado”, se siente extraño a ella. Entonces en la mayoría de las veces es indiferente, su personalidad no las comprende, ni las siente y su participación es anecdótica.
Estas reacciones ante lo propio son inherentes a todo individuo, es una consecuencia de la educación recibida y de las experiencias que han moldeado su personalidad a través del tiempo.
Los ejemplos en la adopción de patrones son infinitos. Cada individuo crea los suyos. La importancia o el valor que cada persona otorga a las cuestiones familiares, sociales, culturales, políticas, religiosas,… tienen como denominador común la influencia externa ejercida sobre la formación de su personalidad y las vivencias adquiridas en cada una de sus componentes.
Conclusión
La personalidad es el reflejo visible del mundo interior de cada individuo. Es un vehiculo de expresión que adopta una gran cantidad de pautas, normas, que lo condicionan.
Este agente identifica al ser humano, lo caracteriza. Es oportuno bajo el auto-conocimiento dirigir la atención sobre sí, con la firme intención de descubrir los moldes y patrones que, en muchos casos, hace que se comporte de forma estereotipada y artificiosa, descartando el sentido común.
Una personalidad atrapada en estos automatismos reduce considerablemente su capacidad de adaptación a los tiempos, a sus cambios.
La adopción, sin un proceso de reflexión, de reglas del comportamiento causa en la psiquis del ser humano una cantidad de estructuras mentales y actitudes relativas, subjetivas y superficiales que con el paso del tiempo quedan desfasadas.
La personalidad, bajo el estudio y la observación de sí, es un factor que se despoja de los elementos subjetivos que la inducen a formar continuamente modelos mentales.
Estos elementos o agregados psíquicos, tal como los celos, la envidia, ira, impaciencia, el orgullo, egoísmo,… que denominamos el factor Ego, en ocasiones controlan y condicionan desde el subconsciente la personalidad esgrimiendo sus normas.
La personalidad aglutina en su seno vivencias que por su naturaleza desagradable, incluso dolorosa, generan, según el caso, complejos, frustraciones y un largo etcétera de anomalías de la conducta que reflejan su desequilibrio, fragilidad o falta de integridad.
¿Cómo equilibrar la personalidad si se ignora los elementos psicológicos que la desequilibran?
Una fuente importante del sufrimiento humano se halla en el desconocimiento de estos resortes íntimos que arrastran al individuo al error.
Cuantos más patrones se forman en una personalidad, más rígida e inadecuada es para sobrepasar los avatares de la existencia.
Una de las respuestas de la personalidad típica del ser humano ante situaciones que no controla, que son desconocidas y, por lo tanto, carente de la acción preconcebida, es la creación de preocupaciones.
Muchas veces, ante los eventos, se ve fácilmente en los demás conductas irreflexivas que cuando se atrae la atención sobre sí, se descubre como uno también las realiza.
Estas son algunas muestras visibles de la falta de recursos inteligentes que la persona acarrea en su personalidad. Cuando ésta se equilibra bajo el auto-conocimiento, se habilita como un vehículo receptivo a la lucidez y discernimiento interior, cualidades del factor Esencia. En este caso, deja de ser un obstáculo, tal como se alza en una persona que no está presente a sus actitudes, patrones y hábitos repetitivos.
La personalidad con la observación de sí aprende a ser coherente, flexible, a la existencia, a percibir su propio principio rector o conciencia y practicar los valores intrínsecos del ser humano.
Es importante no confundir los patrones de la personalidad con los principios éticos del alma, los cuales están latentes en la psiquis, en el factor Esencia.
El desarrollo del principio rector es posible si se le dedica el tiempo y esfuerzo debidos de forma didáctica para alcanzar, por un lado, la comprensión creadora de la conciencia y, por el otro, la eliminación de los elementos subjetivos y patrones de la personalidad que impiden su libre expresión.
La meditación orientada a este propósito es indispensable para adquirir madurez interior y, poco a poco, reconocer la voz interior, la manifestación de la conciencia.
 
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[1] Existen diversas enfermedades y grados de desordenes de la personalidad que deben ser tratadas por los profesionales competentes, este tratado está diseñado para la emancipación de la conciencia y el conocimiento de sí, no para el tratamiento de trastornos psicológicos.

[2] En condiciones normales de una familia tradicional la mente del infante “se adapta y acostumbra” a esta circunstancia; en general, se convierte en el centro de atención del hogar.
Es oportuno considerar que cualquier carencia en la formación emocional de un niño de corta edad, tal como la falta obvia de amor, atención, cuidados, relativo abandono,… por sus progenitores, puede acarrear trastornos de diversa consideración a la formación de su personalidad.