jueves, 13 de enero de 2011

La existencia


La existencia, desde el punto de vista del auto-conocimiento, es un viaje que empieza desde la primera inhalación, en el momento del nacimiento y transcurre a través de la dimensión tiempo hasta que exhalamos el último aliento.[1]
Entre estos dos eventos la psiquis del ser humano se halla confrontada continuamente a un sinnúmero de necesidades y circunstancias propias de la existencia.
La vida es un privilegio o bien del alma y el ser humano posee tanto el derecho de disfrutarla como la responsabilidad de asumirla. Una persona que dispone de una casa y habita en ella, disfruta de sus instalaciones. Del mismo modo, el alma tiene existencia para su usufructo, al ser humano se le otorga libre albedrío para pensar, sentir tal como considere y sus actos encontrarán las limitaciones propias que le dicta su propia psiquis según las circunstancias que le rodean.
¿Cuál es el sentido de la vida?
¿Por qué los seres humanos y toda criatura nacen, se desarrollan y mueren?
Cuando de pequeños nos informaron que la vida no era eterna sino que tenía un fin, seguramente preguntamos sobre su sentido, su razón de ser.
Existen muchas opiniones y convicciones sobre el hecho de tener existencia y según adherimos o no a una creencia, ésta se revestirá tanto de numerosos argumentos, dogmas y experiencias propias, como de consideraciones escépticas de toda índole sobre su sentido.
Toda explicación sobre el motivo de la existencia es respetable, ya sea en el campo de la religión, filosofía u otras disciplinas que volcaron su interés sobre esta cuestión. En este tratado nos centraremos en el hecho mismo de la vida y cuales son sus implicaciones externas e internas para el ser humano y su desarrollo anímico. Reflexionaremos sobre ciertas características y principios que la constituyen y cómo afecta a las personas y a su conciencia de Ser.
La existencia según su propia definición es, ante todo, una experiencia de Ser.
La vida de un hombre es el reflejo de lo que lleva dentro de sí.
Tal como un individuo piensa, siente y actúa así será su vida. Cada ser humano es el responsable de su propia vida, sus hechos surcan su existencia.
No negamos que unas personas tendrán la existencia más fácil que otras desde el punto de vista material y anímico, sin embargo, todo ser humano dispone ante la dificultad o desgracia la oportunidad de aprender a enfrentarse a ella con inteligencia práctica.
Desde el punto de vista psicológico, la vida ofrece variadas ocasiones, eventos, a todos los hombres y mujeres para ejercer su lucidez, sus valores éticos debidamente y en su defecto aprender de sus carencias, remediarlas o corregirlas para enriquecerse internamente.
De forma objetiva afirmamos que una de las características de la existencia es que confronta a todo ser humano a diversas situaciones donde requiere una obligada atención, su presencia psicológica.
La facultad de atraer plena atención sobre los eventos nos permitirá, por un lado, extraer de los mismos los elementos útiles para comprenderlos y, por el otro, ver las correspondientes reacciones que provocan dentro de sí en diferentes niveles, las cuales denominaremos como las consecuencias internas que se derriban del hecho.
En este sentido la existencia es una escuela para el alma.
Es obvio que todos los seres humanos sensatos anhelan retener un aprendizaje de las circunstancias que surgen en sus vidas o que ellos mismos han inducido, sin embargo, debemos reconocer con humildad que no siempre estamos preparados para conseguirlo.
La prueba es que las personas, en general, repiten errores, estados psicológicos inadecuados, a pesar de las evidencias mantienen sus formas equivocadas de pensar, sentir y actuar, permanecen inadaptados al medio, a la pérdida, a los cambios de los tiempos,… viven fuera de la realidad, están atrapados en el alcohol, las drogas,… Una lista interminable de ejemplos que ilustran cabalmente al individuo que el aprender de las situaciones vividas no es fácil ni lo más común, a pesar de su disposición es incapaz de comprenderlas y, en muchos casos, de corregir sus desaciertos.
La incapacidad de comprender llanamente la relación que el hombre tiene con la existencia, los demás y consigo mismo produce sufrimiento y este hecho se convierte en un índice objetivo de reflexión sobre su falta de inteligencia práctica.
Sin embargo, ninguna persona juiciosa negará la conveniencia, utilidad, oportunidad y necesidad de alcanzar una enseñanza objetiva de todo evento, de la existencia.
Todo individuo requiere aprender a generar estados psicológicos correctos y combinarlos adecuadamente con los eventos exteriores.
Es evidente que el ser humano desde la perspectiva psicológica aprenda o no de las circunstancias siempre se establecerán como experiencias. La mente del ser humano las catalogará como positivas, negativas o sin importancia según el interés del momento pero no las rehusará como vivencias propias.
Estas vivencias propias son las experiencias de Ser que la vida proporciona a través de los hechos y los seres humanos, según su estado de presencia o conciencia, los aprovechan o no para su desarrollo interior.
En este sentido según el Hombre comprenda su vida y aprenda a relacionarse correctamente con ella; esto es, que piensa, siente y actúa de forma lúcida, aplica valores humanos en la existencia, acarreará estados anímicos de felicidad y su vida se llenará de logros y méritos.
La existencia de la persona será el reflejo de su lucidez, de su capacidad interna de aprender objetivamente de los sucesos.
Para quien anhela conocerse a sí mismo la vida es un medio, figuradamente, un peregrinaje que empieza en la ignorancia de su mundo psicológico hasta el pleno auto-conocimiento.
Para el peregrino del alma, la dimensión física de la existencia se convierte en una fuente inspiradora de su construcción interna, de conocimiento de sí. Esta razón de ser de la vida es real, objetiva, propia de ella.
Cuando el ser humano aprehende por sí mismo esta realidad se produce un avance cuantitativo en sus experiencias de Ser, en la medida que colabora de forma natural, activa y voluntariamente en su propio aprendizaje anímico, comprende el interés de estar presente, de atraer su conciencia a ella.
Otra característica de la existencia que merece una reflexión y que refuerza objetivamente su sentido bajo el auto-conocimiento es la dimensión tiempo, tal como lo experimentamos en la vida diaria.
En la existencia observamos como la naturaleza se halla en una constante transformación, ésta es en realidad una sucesión ordenada de eventos, los cuales el ser humano data según un sistema de referencia que denominamos tiempo.
Imaginemos un día de nuestra vida. El Sol nace en el horizonte, llega a su cenit y, finalmente, se oculta en el extremo opuesto, la noche nos invade hasta el despuntar del nuevo día. Durante este viaje donde la Tierra gira sobre sí misma, las plantas, nuestras células, miles de seres, organismos,… nacen, crecen y mueren, y un sin fin de procesos y cambios ocurren.
La realidad del tiempo son los procesos naturales, la cadencia de los mismos.
Esta apreciación de todo cambia o fluye ya fue advertida por el filósofo griego Heráclito que lo describió con una frase que se le atribuye: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos]”.
Hoy en día tenemos suficiente conocimiento sobre la materia para afirmar que nada de lo creado es eterno. En una transformación lo que permanece son, por un lado, la cantidad de energía que participa del cambio pues, como sabemos, ésta no se crea ni se destruye y, por el otro, las leyes o principios que los propicia. En el mundo de las formas, la existencia es impermanencia, tal como enseñan los budistas.
¿Qué implica esta realidad de la existencia bajo el auto-conocimiento?
Por un lado, esta impermanencia de la vida, esta continua transformación de la materia, algunas veces obvia, otras imperceptible, acarrea que la mente del ser humano, las diferentes disciplinas científicas, conciben el tiempo, como una magnitud que divide u ordena los sucesos en secuencias, estableciendo tres periodos: pasado, presente y futuro.
Desde la perspectiva de la existencia en su libre fluir afirmamos que ni el pasado ni el futuro tienen realidad. El pasado no puede ser cambiado por lo que no contiene los elementos propios de la existencia, de la vida, el pasado es algo muerto, un recuerdo en la mente, una experiencia de vida. El futuro no tiene existencia, la mente puede especular, predecir, anticipar, prever, calcularlo a partir de un instante dado… sin embargo, es un instante no nato, sin vida.
La existencia es una sucesión de instantes, el presente es hijo del momento, el aquí y ahora para el observador. Esta característica de la vida nos infiere la importancia del instante y la conveniencia de estar presente a él.
El instante es efímero, fugaz y, a la vez, lo único que es real y desconocido, en él existe un misterio por descubrir a través de la conciencia de Ser.
El auto-conocimiento es la filosofía de lo momentáneo, enseña la importancia de vivir el instante.
Pongamos un ejemplo: una persona carga a su salida del empleo con muchas preocupaciones propias del mismo cuando llega a casa, sus hijos lo acogen con una sonrisa y lo abrazan, si el individuo vive el instante disfrutará de él, apreciará el calor y el amor de sus hijos y se sentirá feliz, sin embargo, si sigue absorbido por sus problemas este instante se perderá, será incapaz de vivirlo con el estado interior correcto.
La realidad de la existencia se halla en el momento, cuando se retiene se convierte en pasado por lo que deja de ser real, si se anticipa, cae al vacío de la inexistencia, de la conjetura.
Existencia, presente e instante tienen la misma naturaleza, están vinculados por lo real.
Una persona se halla en condición de conocerse a sí misma cuando aprehende la realidad del momento, se halla presente, consciente, a él, le dedica la atención debida. Objetivamente, en el presente se desarrolla la existencia, de instante en instante se procesan sus cambios aunque en muchas ocasiones los sentidos del ser humano no lo perciban. Todas las criaturas vivimos a través del momento, sin embargo, apenas somos conscientes de ello.
La impermanencia de la vida, sus flujos y cambios constantes convierten a la existencia en algo relativo. La relatividad es una característica de la vida, del mundo material.
La relatividad es propia de la manifestación.
Reflexionemos: En este mundo físico existe la luz y su ausencia total, la oscuridad; existe el calor y su ausencia más absoluta, lo que denominamos el frío, el cero absoluto (-273º C.); existe la vida y su ausencia, la muerte; tenemos el amor y su ausencia, el odio,…
Esta realidad se expone recurrentemente por muchos pensadores a través de la historia de la humanidad y filosofías, tal como el Tao, nos hablan del par de opuestos, este dualismo son los dos extremos de una misma cualidad o energía, sin embargo, es la mente del ser humano que los divide en opuestos.
La mente tiene un conocimiento limitado de la vida, la conciencia lo adquiere de forma integral.
La mente juzga, interpreta, condiciona: “la vida opuesta a la muerte”, no la aprehende como un mismo proceso, propio de la naturaleza, coexistente en la Creación.
Este mismo ejemplo se puede prolongar hacia un sinnúmero de elementos opuestos, tal como la luz-oscuridad, bien-mal, construcción-destrucción, florecimiento-decadencia, altruismo-egoísmo,… La existencia se constituye por una serie de cualidades, principios,… que según su grado de manifestación, sus combinaciones y relaciones forman el mundo conocido, generando la relatividad y su impermanencia.
¿Qué determina todo esto a efectos prácticos?
Aunque esto genera una gran cantidad de consecuencias en la existencia, expondremos una de ellas.
Esta propiedad intrínseca de la existencia conlleva que cualquier relación que establecemos en ella es siempre circunstancial y transitoria. Es conveniente que el ser humano considere objetivamente este hecho. Las relaciones humanas en cualquier nivel, ya sean, familiares, amorosas, amistosas, laborales... están sometidas a esta característica, la experiencia nos lo enseña continuamente.
Las relaciones se transforman, cambian incluso desaparecen, es obvio que una padre o una madre no puede tratar a su hijo de 30 años como cuando este último tenía 10 o, en la mayorías de los casos, los amigos del instituto, facultad, se han alejado de nuestra vida por las circunstancias.
Capturar el hondo significado de esta realidad en nuestra existencia impide que estados mentales y emocionales equivocados tal como el apego o aferramiento a las personas o formas de pensar, vivir u objetos materiales... conduzcan al ser humano inevitablemente al sufrimiento.
La comprensión cabal de estas características nos enseña que bajo el punto de vista anímico, la existencia es útil. Desde el auto-conocimiento es imposible que alguien aprehenda de forma integra las propiedades de la vida sin conocerse a sí mismo. El ser humano tiene existencia y las características de la existencia están en él, si no es capaz de discernirlas dentro, ¿cómo las comprendería fuera de sí?
El aprehender las cualidades de la vida implica relacionarse correctamente con ella, tal como hemos advertido en anteriores ocasiones, por ejemplo: el saber adaptarse a su devenir, a las circunstancias; el saber aceptar y colaborar con lo inevitable; el saber asumir su relatividad, entender que todo es pasajero; el saber afrontar la dificultad con entereza…
Conocerse a sí mismo y comprender la existencia conlleva la cristalización del saber humano, de la sabiduría.
Una persona sabia aprende a aplicar los recursos de su propia inteligencia práctica, adquiere de la existencia el discernimiento de lo que es verdad de lo aparente, distinguir lo efímero de lo transcendente, lo que es justo y en acuerdo al sentido común, es capaz de ponerse en el lugar de los demás, disfruta de la vida con moderación por el comprensión aplicada que alcanza de ella y de sí mismo.
La sabiduría es una cualidad del alma, es la lucidez que la ciencia del auto-conocimiento anhela transmitir para que la existencia del ser humano sea una experiencia objetiva, útil, duradera, constructiva,… y se convierta en una fuente de armonía, paz y felicidad.
“La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo". (Galileo Galilei).
 
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[1] Aclaramos que la vida late dentro del feto desde su concepción, sin embargo, el viaje de la existencia empieza en el momento del alumbramiento donde el niño se independiza físicamente del cuerpo de su madre, toma el primer aliento de vida, entra en contacto con el mundo exterior, empieza a recibir información a través de los sentidos de forma autónoma.