“Lo importante es que haya continuidad de propósitos, si se quiere llegar a la meta; que el entusiasmo no sea pasajero, que el entusiasmo persista durante toda la vida.” (Samael Aun Weor. “Cátedras”. Cap. 95).
Introducción
El entusiasmo es una facultad de la
Esencia, el cual propicia un estado interior particular, beneficioso, a quien
lo experimenta en la existencia y el trabajo interior. El individuo en su
emancipación psicológica necesita mantener este fuego activo, presente, y
crecer bajo su amparo. El autoconocimiento profundiza en sus rasgos, advierte
sobre factores que se le oponen, como son: la entropía, el dualismo pendular,
la inercia mental, la recurrencia, etc. Estos principios de la naturaleza,
tanto humana como física, influyen la psiquis hacia la inconstancia, la
distracción, y la dispersión.
El diccionario de la RAE define este
término como: “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que
admire o lo cautive”. Este estado interior implica atención y esfuerzo que
se dedica con firmeza al desarrollo de una actividad, proyecto, obra, estudio, etc.
Este vocablo procede del griego "enthousiasmós”,
que significa inspiración divina o presencia de dios, formado por la
preposición “en” y el sustantivo “theós”, dios. La idea griega era definir
que el entusiasmo surgía cuando un dios se manifestaba en una persona como les
ocurría a poetas, profetas, y enamorados. Entre los helenos, por estas
expresiones de la divinidad en un individuo, este era objeto de respeto y
admiración, pues este era capaz de lograr metas elevadas y de difícil
consecución.
“No es mediante el arte, sino por
el entusiasmo y la inspiración, que los buenos poetas épicos componen sus
bellos poemas”. (Platón. “Ion o de la poesía”).
Desde la perspectiva del desarrollo
interior, el “entusiasmo auténtico” expresa
un estado emocional superior, dependiente del alma, la cual irradia inspiración.
El entusiasmo motiva justamente, aporta energía a la acción que uno emprende. Una
persona entusiasmada es aquella que está comprometida, animada, concentrada en
lo que realiza, atrae esperanza y confianza por alcanzar lo que se propone. Esta
facultad conecta al ser humano con el libre fluir de la vida, la cual le
transporta sobre el objeto de su propio entusiasmo. Muchos estudiantes experimentaron
en su existencia, un impulso que se advierte de forma más o menos intensa por
alguna causa, aspiración, estudio, actividad, viaje, etc.
Este afán contrasta con las emociones positivas
de satisfacción, agrado, euforia…, mucho más comunes, las cuales implican identificación,
son efímeras, y surgen del subconsciente. El lenguaje cotidiano emplea el
término entusiasmo con asiduidad, aunque se alude a un estado emocional basado
en la ilusión[1],
el cual carece de las propiedades que caracterizan esta virtud. Esta confusión
nace de la dificultad de discernir, por parte de la personalidad, esta facultad
del alma con respecto a lo que diariamente experimenta con su función afectiva
o emocional.
El entusiasmo es un estado singular,
una motivación en sí misma, aporta felicidad al sujeto cuando efectúa y plasma su
obra en los hechos. La Esencia se entusiasma si experimenta su naturaleza y sus
principios, y los despliega en la existencia; efectúa una empresa que se relaciona
con su mundo íntimo, y lo percibe con su conciencia; cuando el alma se ocupa de
sus aspiraciones, y respeta la dignidad, le proporciona trascendencia, conecta
con su “Auténtica realidad”. El alma se entusiasma con su propio aprendizaje,
si es asistida, o es ella quien ayuda a los demás; si hay un compartir mutuo,
existe una guía, una amistad, un amor entre todos, que son sinceros, y le
alienta en la consecución de sus anhelos, etc.
La confusión entre entusiasmo y
las emociones positivas
Existe un gran desconcierto en el ser
humano con respecto al ámbito emocional. Mucha gente confunde las sensaciones
con las emociones, los afectos, los sentimientos, los temores, las alegrías…
Hay que observar directamente que las sensaciones son las memorias de los
sentidos, los cuales advierten los estímulos externos. La labor de los sentidos
es convertir energías físicas con unas propiedades (luz-vista, sonido-oído, química-olfato…)
en información de tipo psicológico. El centro instintivo se encarga de este
proceso que, en la mayoría de los sujetos, es inconsciente, automático.
En esta conversión físico-biológico-psíquica,
el cerebro instintivo-motor-sexual añade una apreciación instintiva de repulsa,
atracción, o indiferencia a las sensaciones visuales, auditivas, olfativas… Estas
sensaciones son percibidas con desagrado como, por ejemplo, el exceso de frío o
calor, gritos, alaridos…; grima a los insectos, oír el chirrido de la tiza que
recorre la pizarra; incluso asco como son el olor a inmundicia, o el sabor de
un alimento en mal estado; el dolor que causa una quemadura; un largo etcétera
de sensaciones que instintivamente molestan, agobian, irritan, inquietan… Por
otro lado, existen sensaciones que agradan, encantan, cautivan, atraen por sí
mismas como, por ejemplo, contemplar un paisaje, el sabor dulce del chocolate, escuchar
una melodía, oler un perfume, sentir la fresca brisa en un día caluroso, los
rayos del sol sobre la piel en primavera… También ocurre en el ámbito erótico:
sensaciones que producen instintivamente satisfacción, placer, deleite…, las
cuales causan una atracción de la atención, e instauran emociones a quien las
experimenta. Finalmente, el ser humano también origina sensaciones que son
indiferentes al cerebro instintivo-motor-sexual. Así mismo, hay que sumar aquellas
sensaciones que son propias de este cerebro. Por ejemplo, los instintos de
supervivencia, maternidad, conservación de la vida, sexual, integridad corporal…,
que provocan las sensaciones de hambre, sed, dolor interno, sueño, respirar,
etc.
Los sentidos no crean emociones, pero
sí las sensaciones. Normalmente, las sensaciones de agrado evocan emociones en
la misma dirección, y la función emocional despliega satisfacción, alegría, gusto,
aceptación, etc. En psicología a este tipo de emociones se les denomina
positivas. En cambio, las sensaciones repulsivas causan emociones negativas
como son: insatisfacción, disgusto, rechazo… Las sensaciones indiferentes se
extienden a emociones de esta misma naturaleza como son el tedio, el
aburrimiento, la apatía, etc. En todo par sensación-emoción creado, intervienen
en menor o mayor medida las distintas memorias de los centros.
Todas estas emociones, tanto negativas
como positivas, son evocadas por la personalidad o el ego. Ninguna de ellas se
vincula con el centro emocional superior ni con la Esencia, en consecuencia,
tampoco con la virtud del entusiasmo ni de la felicidad, el bienestar integral,
el amor, etc. Es cierto que todos estos atributos del alma, también se expresan
en la función emocional, pero su impulso desciende de los centros superiores
debido a que es una vivencia de la Esencia. Así mismo, tal como se indicó
anteriormente, son estados de conciencia distintos.
Toda esta confusión se debe a una
carencia de autoconocimiento, de observación de sí mismo en el momento de
recibir las impresiones.
Una vez aclarado este punto, es
necesario reflexionar sobre lo que más perjudica a la existencia de un
individuo en el ámbito emocional. Si una persona no advierte emoción por la existencia,
la compañía, la luz del día, el misterio de la noche…, ni se emociona por nada,
esta se halla vacía de vida. Esto implicaría una existencia plana, sin
motivación para luchar por aquello que a uno le hace feliz. Cualquier actividad
humana precisa de su impulso emocional, de afán por lo que se realiza y experimenta.
“Si existiéramos sin valores
emocionales, aún entre el arte, por ejemplo, si apareciera en escena un
pianista o algún cantante famoso; no teniendo valores emocionales, no
sentiríamos, en realidad de verdad, ningún interés; o apareceríamos en público
completamente indiferentes, no aplaudiríamos a los artistas, no nos alegraría
el espectáculo...” (Samael Aun Weor. “Cátedras I”. Cap. 6).
Los factores externos e internos del entusiasmo
Los factores que causan el entusiasmo
pueden ser internos o externos.
El auténtico entusiasmo es un proceso
que se vive internamente, pero puede ser inducido por elementos externos.
Muchos seres humanos se sienten animados por empresas que les aportan
bienestar, dicha, prosperidad…, son atraídos por una acción que vibra en su
corazón. En su afán, aman lo que hacen por el hecho de practicarlo, y se
concentran en su labor sin dificultad. Un alumno entusiasmado por lo que
estudia; un profesor que ama la enseñanza; un profesional que disfruta con su
oficio; personas voluntarias que asisten enfermos o gente necesitada…, son
ejemplos de cómo una labor, una profesión, un empleo, etc., encaminan a las
personas al entusiasmo porque hallan alegría y riqueza interior en aquello a lo
que se dedican.
En ciertas ocasiones, este estado surge
de forma paulatina. Al principio, la persona no expresa interés especial en una
actividad o un proyecto. Sin embargo, según se involucra en él, siente
entusiasmo y hasta se convierte en una vocación, incluso en una obra de toda la
vida. En otros muchos casos, una experiencia directa, una corazonada, revelan a
una persona su talento, devoción, misión…, una causa justa, una convicción, que
lo lleva con entusiasmo a la acción. Gandhi comprendió la labor que debía
emprender en la India a raíz de un incidente en Sudáfrica; Teresa de Calcuta al
ver a un moribundo en la calle que nadie asistía; Simón Bolívar se comprometió,
con 22 años, a consagrar su vida a la liberación del continente latinoamericano,
en el Monte Sacro de Roma; Vicente Ferrer intuyó la existencia de Dios en la
batalla del Ebro en plena guerra civil, y esta certeza le acompañó siempre.
“Entusiasmado por los principios
espirituales, y en busca de una vida heroica y aventurera, en 1944 abandoné los
estudios de Derecho e ingresé en la orden de los jesuitas”. (Vicente
Ferrer. “Encuentros con la realidad”. Cap. Nota preliminar).
El alumno que anhela un verdadero
desarrollo interior precisa entusiasmo por estos estudios. Esta facultad progresa,
poco a poco, por medio de sucesivas experiencias directas, y nuestro acercamiento
al mundo anímico. O bien, de modo más espontáneo, por una comprensión más
profunda o inspiración que forja el mismo autoconocimiento, la meditación, y su
práctica.
El entusiasmo acarrea ciertas características, no es vana ilusión
Esta enseñanza establece una diferencia
entre ilusión y entusiasmo, aunque en el lenguaje coloquial sean sinónimos. Una
persona puede entusiasmase por alguna causa, proyecto, o empresa, en un momento
dado, de dos modos distintos: con identificación o sin ella. En este primer
caso, uno se ilusionó, y este sentimiento será de corto recorrido. La
naturaleza del mismo se reconoce por las propiedades que despliega. Si esta
emoción es de origen egocéntrico, su permanencia será fugaz, perdurará solo justo
hasta que otro agregado psicológico la desplace, o la personalidad pierda la
ilusión por algún motivo. Las “ilusiones”
vienen y van, y el estado
emocional que establecen se desvanece con ella. Esta emoción inferior se pierde
en el laberinto de quimeras y fantasías porque son producto de la identificación,
y se carga de relatividad.
Es necesaria una reflexión sobre los
mismos entusiasmos que uno cree tener, no sean estos, producto de un sueño o
constituyan el sueño mismo. Algunos individuos transitan de una ilusión a otra,
sustituyen una hipnosis por otra, la cual se instaura como una vía de escape a
la vida rutinaria.
La dimensión emocional es el trazo de
unión entre los pensamientos y las acciones. Para que una acción sea coherente,
esta debe pensarse y sentirse. Es posible que, para quien no se halla presente,
una emoción similar al entusiasmo sea originada por el ego desde el
subconsciente, y confundirse. Sin embargo, cuando este atributo se activa en el
centro emocional superior, colabora con la conciencia, acarrea lealtad, brío a
la causa que atrae a la Esencia, y se impregna de sus valores y naturaleza.
Esta vibración emocional especial se caracteriza por ser una energía que mueve
a la persona hacia sus objetivos. Se fundamenta en el anhelo sincero de emprender
una actividad o una relación que le aporte felicidad en alguna faceta de la
vida, ya sea interna o externa. Algunas veces, esta emoción superior arrastra
al individuo, y lo lleva a compartirla con los demás. El sujeto se reconoce por
estar encantado con su acción, habla de ella con fervor a los demás, y anhela compartirla.
Cuando el entusiasmo refleja una
comprensión, descubrimiento, algo que llena a la persona sinceramente, la
experiencia es fuente de motivación, impulso, fuerza, facilita la acción, y propicia
generosidad en el esfuerzo, ligereza al afrontar las dificultades; incluso, no
se repara en sacrificios. El entusiasmo acarrea una labor práctica, no
especulativa, es espontánea, sencilla, natural, aunque uno incurra en algún
error por una distracción de la atención o insuficiente nivel de Ser. Si esta
facultad se mantiene viva, transmite alegría por lo que uno hace. La persona se
percibe activa, presente, a través de su labor; despliega un proceso de
renovación constante por el mismo hecho de mantenerse perseverante en la acción
que anhela realizar.
Contrariamente, este estado interior contrasta con la monotonía de la mente, la cual torna toda acción en una mecánica, y la despoja de movimiento y vida propia. La personalidad solo atrae pasión por una obra o una relación bajo su control y sus patrones. Muchas veces, uno mismo ha experimentado este estado emocional de alegría, y, después, con el tiempo se enfría e iguala a otros muchos. Así mismo, la personalidad limita los auténticos entusiasmos que nacieron en el alma, y progresivamente desaparecieron por una carencia de conciencia y de atributos.
El entusiasmo verdadero es un prendimiento de la llama del corazón, no vana ilusión que, ante cualquier adversidad, se desvanece, apaga, o relega a su mínima expresión.
La definición más genuina de entusiasmo es: “en Dios” o “Dios dentro”, es decir, con el Ser o una de sus expresiones, por lo que se impregna del perfume de la divinidad interior en la acción. Es el alma encendida: afán, voluntad, coraje... Este estado emocional superior lo simbolizaron los antiguos sabios con el grifo[2]: un animal mitológico al que se le atribuía la fuente interior de la actividad, lucha, empeño... Por esta causa, el entusiasmo se halla alineado e integrado por la conciencia. Este atributo es encauzado por la inteligencia práctica, el equilibrio, el temple…, las virtudes de la Esencia, y determina la recta acción.
El entusiasmo que proviene del alma es el inicio de una posible vocación, y la base de una obra en el Ser. La actividad inducida por la Esencia, y ejercitada con entusiasmo, se convierte en un camino, un aprendizaje, que materializa su auténtico anhelo en su realización. Este estado interior precisa preservar la presencia para sobrepasar las dificultades que la existencia interpone, y de la falta de perfección que uno, muchas veces, establece en su acción.
El entusiasmo es una fuerza o impulso de transformación
El entusiasmo causa una transformación de la persona en los dos
sentidos: íntimo y en su existencia. Tal como se comentó anteriormente, este
sitúa al individuo en un anhelo, el cual precisa concentración, esfuerzo,
dedicación..., ahondar en ciertas cualidades que son propias del alma. Esto lo
aparta del tedio, y de la rutina cotidiana. En muchos casos, el individuo se
coloca en un máximo de su nivel de Ser. En el ejercicio de su entusiasmo, el
estudiante se trasciende, y saca lo mejor de sí mismo.
Las circunstancias no siempre favorecen
el afán, o la acción que impulsa el sujeto, de modo que se necesita un cambio de
actitud con respecto a ellas. Ante las dificultades, el entusiasmo y la
atención plena aportan un estado psicológico superior. El individuo se percibe
involucrado en su tarea, y esta facultad es la referencia de la actividad; este
se abre a su interior, busca inspiración, respuestas para sobrepasar la
adversidad, y la acción lúcida que le permita avanzar en sus propósitos. Esto
contribuye a afinar las ideas, reforzar los anhelos, y adquirir madurez en su
emancipación. Esta transformación interior crea fe y confianza en la “capacidad
de hacer”, acarrea equilibrio en el sujeto y su existencia.
Lo común es perder el entusiasmo,
abandonar la aspiración en los primeros obstáculos, y ceder ante las dudas. El
estudiante tampoco trabaja este atributo, ni lo atrae lo suficiente en la
acción que promueve, ni está presente a su desarrollo; hay carencia de amor por
lo que uno hace. En el camino interior, la persona entusiasta y guiada por su
conciencia, desarrolla una línea de acción encaminada hacia sus logros. El entusiasmo
es sentir amor por la actividad, la causa, o la relación que uno emprende.
Entusiasmo es aprender a amar lo que uno hace
Esta emoción superior es necesaria en
todas las actividades de la existencia y la vida interior. Para ello, uno precisa
amar lo que uno hace. Por muy mecánica que sea una labor o una responsabilidad,
siempre es más sencilla cumplirla con entusiasmo. La conciencia templa esta
emoción para que sea justa, equilibrada, y no se desborde.
Existen muchas razones para acarrear
emociones negativas, estados psicológicos inoportunos para el equilibrio interior.
Por ejemplo: la situación económica, un empleo poco motivador,
insuficientemente renumerado; la convivencia familiar difícil, los imprevistos,
las injusticias, etc. El sujeto siempre tendrá la opción de concentrase en el
polo negativo de la realidad. Sin embargo, es igualmente cierto que se goza de
salud, un oficio que permite ganarse el sustento, se disfruta de ciertas comodidades,
un hogar… Hace unos años, muchas personas se quejaban de que se trabajaba demasiado,
ahora, al contrario, la queja es que no hay suficiente empleo.
En todos los casos, lo importante es
el estado de presencia, y cómo uno se relaciona con este ir y venir de los
eventos en la existencia. Todo esto pertenece a la ley de recurrencia,
corresponde a la mecánica de la vida. La adversidad es más prolífica
internamente porque facilita la reflexión, y aporta relevancia a los valores
humanos. Las dificultades constituyen pruebas que la existencia brinda para
conocerse uno a sí mismo en diferentes condiciones. Generan nuevas
oportunidades, pero si la persona las vive con consternación e identificado,
pasarán desapercibidas.
“No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis
es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis
trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche
oscura. Es en la crisis cuando nace la inventiva, los descubrimientos, y las
grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar
superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su
propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones… Sin crisis
no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin
crisis no hay méritos”. (Texto atribuido a Albert Einstein).
Amar lo que uno hace es respetarse a sí
mismo y honrar la actividad, incluso a las personas que depositaron en uno su
confianza para desempeñarla. En el momento que una persona acepta un empleo,
una tarea, una relación…, se debe a ella con todos los centros: pensarla
rectamente, sentirla con entusiasmo, y realizarla eficazmente. Este amor
manifestado en la alineación de los centros demuestra la coherencia del
individuo. El entusiasmo que uno desarrolla en una actividad o una relación
crea confianza, credibilidad, y le aporta una dimensión humana.
Muchos profesionales en los diferentes
ámbitos de la sociedad, tanto en organizaciones privadas como públicas,
desempeñan sus labores sin entusiasmo, sin amor. Esto conlleva que el empleado
no crea empatía con el usuario que atiende, tampoco confianza en que realiza su
tarea correctamente, aunque así haya sido. Esto sucede mucho con las
administraciones públicas, y “el vuelva
usted mañana”. La persona queda frustrada, con la duda de si fue atendida
justamente, a pesar de que el funcionario la realizó debidamente. Quizás le
faltó entusiasmo, atención, sensibilidad a su dedicación, por eso, muchas
veces, la gente se lleva una impresión equivocada de la función pública.
Amar la labor que uno cumple es
tratarla con ternura, humanizarla, y esto se relaciona con el corazón. La
ternura o el cariño es una actitud entusiasta equilibrada con la conciencia
donde fluyen los valores humanos.
“El secreto del genio es llevar el
espíritu del niño hasta la vejez, lo que significa no perder el entusiasmo
nunca”. (Aldous Huxley).
En el terreno del desarrollo anímico,
toda práctica o faceta del trabajo interior, debe ser alimentada por este
entusiasmo y afecto. Si un alumno sinceramente anhela cambiar y progresar en la
intimidad de su corazón, convertirá esta inquietud en entusiasmo por la
práctica del autoconocimiento. La meditación es sentida con alegría y realizada
con cariño. En el momento de ejecutar cualquier ejercicio, precisa un corazón
activo, alegre, y que la conciencia halle los centros superiores vibrando,
dispuestos a la hora de expresarse. Así mismo sucede con la práctica de las
diferentes claves del trabajo interior. El estado de presencia, la
autoobservación, la transformación de impresiones, la no identificación…, son
claves que el entusiasmo aligera a pesar de los obstáculos de la existencia.
Amar lo que uno realiza, tanto en el
campo de la vida como del desarrollo íntimo, es posible cuando se valoran
positivamente los frutos de la acción. Es necesario apreciar en su justa medida
lo que se disfruta, en lugar de centrarse en lo que uno carece. Esta actitud es
un principio de inteligencia práctica, y generador de entusiasmo por la vida en
sí misma. Esta cualidad surge de la comprensión creadora, de captar que la
acción aporta bienestar integral a uno mismo, y a las personas que le rodean.
El entusiasmo y la alegría de la vida de la Esencia en contraste con la
mente
El ser humano precisa hacerse consciente del hondo significado de la existencia, aprehenderlo desde la perspectiva del alma. Así mismo, de las posibilidades que esta le ofrece para experimentar un sinnúmero de oportunidades encaminadas al desarrollo interior. La existencia es el medio concebido por la naturaleza para que el ser humano despierte su conciencia.
La alegría de la vida es entusiasmo por
disfrutarla en cada detalle, evento, o situación. Esta actitud interior
conlleva que esta se asuma con ligereza sin caer en la irresponsabilidad. El
entusiasmo instaura un estado mental abierto a lo nuevo, receptivo a la
realidad. Este estado de ánimo, optimista por descubrir y experimentar que la
vida concede a cada uno la posibilidad de enriquecerse como Hombre real, aunque
muchos hechos lleguen a ser desagradables. Si uno se halla consciente, cada
suceso aporta una reflexión sobre él mismo, y lo que uno es en realidad.
Contrariamente, la mente recibe la existencia
con inquietud, aversión, o miedo. Trata de eludir las cualidades más valiosas
de la vida: su misterio, magia, espontaneidad, impermanencia, creatividad, belleza,
etc.
La personalidad busca lo conocido, la
seguridad. Esto acarrea que se enfrente con dificultad a la existencia. La
consecuencia de esta actitud mental es la recurrencia, repetir aquello que le
aporta protección, y permanecer en los límites de la comodidad psicológica.
Estas condiciones lo alejan de la alegría de la vida. Muchos seres humanos a lo
largo de la existencia, se aferran a sus limitaciones, condicionamientos, y los
convierten en falsas virtudes. La psiquis de la persona se carga con experiencias
negativas, frustraciones, sufrimientos y fracasos. Esto le impide vivir el instante,
impregnarse de su energía. En estas circunstancias, uno mora en este mundo con
frialdad, zozobra, escepticismo… Con el paso del tiempo, este estado interior mina
el entusiasmo innato de la Esencia.
“No dejes apagar el entusiasmo,
virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la
altura.” (Rubén Darío).
En la senda interior, si el alumno
se identifica con todos estos procesos lo conducen al derrotismo. Este estado de
la mente se produce porque esta se halla condicionada por los principios
mecánicos que rigen la naturaleza como son: la entropía o el péndulo.
El entusiasmo y las resistencias que lo enmudecen
“Nadie puede ignorar, que siempre estamos sometidos a muchas
alternativas en el terreno práctico de la vida. Por lo común, a las épocas que
nosotros denominamos “felices”, siguen épocas angustiosas. Es la “ley del péndulo”
la que gobierna realmente nuestra vida”. (Samael Aun Weor. “Mente y
Meditación”. Cap. La ley del péndulo).
El entusiasmo es una emoción de tipo
superior que, ante la fragilidad de la conciencia del ser humano, se subordina
a este principio pendular[3] de la existencia. La “ley del péndulo”
se halla presente en la naturaleza, y dentro del ser humano. Este flujo y
reflujo incesante posee su centro de gravedad en la mente y, por consiguiente,
en las diferentes funciones psicomotrices del sujeto. Biológicamente, este principio
se relaciona con los biorritmos[4]
del organismo. El asiento vital, instintivo, marca unos máximos y mínimos de
energía en los tres cerebros neurálgicos. A nivel psicológico, la
inconsistencia de los propósitos que se observa en el individuo, es causa de la
“pluralidad psicológica”. El
subconsciente supedita a la persona, la cual depende del principio pendular por
medio de la identificación. Esta facultad del entusiasmo es contrarrestada principalmente
por la personalidad y el ego. Este último es múltiple. El “yo”, por medio de la
fascinación, allana con todo tipo de recursos la emoción superior que surge del
corazón. Por ejemplo, el entusiasmo por la meditación y su práctica pueden,
poco a poco, desaparecer por diversas causas:
·
Dormirse una y otra vez en la práctica por negligencia.
·
No alcanzar las expectativas o las metas que la
mente establece.
·
Existe impaciencia para aprender a relajarse
física o mentalmente.
·
Hay miedo ante la experiencia interna.
·
Escepticismo sobre sus resultados.
·
Demasiadas tareas y quedarse sin tiempo ni
energía para propiciar su práctica.
·
Se mina la continuidad o la voluntad necesaria
para instaurar una disciplina.
·
Convertirla en una rutina.
Cada actividad halla sus propias
resistencias. La psiquis pluralizada actúa de modo opuesto al entusiasmo en cualquiera
de sus propósitos. Cuando el deseo emana de un ego existen muchos otros que no
se interesan en él. Sin embargo, en el momento en el que la actividad aflora de
la conciencia, todos los agregados se oponen a ella de forma gregaria. Esta característica
de la división de la mente y la voluntad, fragiliza la acción de la Esencia
socavando su entusiasmo. Esto causa la entropía[5] en el ser humano.
La entropía es una magnitud de la
física que mide la energía que se disipa en una transformación. En la naturaleza,
bajo unas mismas condiciones, un suceso es irreversible puesto que en su
ejecución siempre se originan pérdidas de energía.
La energía del universo es constante,
aunque sujeta a un desorden, y una degradación cada vez mayor. Esta situación
es la consecuencia de que la energía tiende a distribuirse en el espacio en
busca de equilibrio y de mayor estabilidad, mayor dispersión, y mayor probabilidad
posibles.
Para entenderlo se expone un ejemplo
práctico: si se mezclan dos botes de pintura, uno blanco y otro negro, se
obtienen dos botes de pintura gris. No será posible volver al estado anterior.
La entropía es la propiedad de la materia que lleva irremediablemente a igualar
los sistemas. El universo tiende a distribuir la energía uniformemente.
Esta propiedad está presente en la
psiquis, cuanto más fraccionada se halla la mente, esta es más uniforme,
mecánica, llana, monótona, homogénea…, consecuencia de su propio desorden.
Esta situación no acarrea al individuo
más equilibrio, puesto que el ego actúa de forma autónoma. Este principio de la
física facilita que un elemento psicológico sea sustituido por otro o la
personalidad. La entropía deteriora los atributos de la Esencia, empezando por su
sencillez. Este proceso de degradación y complejidad es lo que se conoce en el
autoconocimiento como involución, en este caso, de la psiquis. En la
interrelación humana, esta ley conlleva que la mayoría de las personas sean
cada vez más semejantes en el plano mental. Así mismo, los seres humanos se encaminen
hacia grados similares, tanto de inteligencia y cualidades humanas como de
defectos y carencias. Detrás de esta realidad se esconde la conciencia dormida,
la cual se apega a estructuras mentales creadas por el miedo, la imitación, la
búsqueda de seguridad, etc.
A la psiquis le sucede lo mismo que al
agua. Si se mezclan dos vasos de agua, uno hirviendo y el otro fría, se
obtienen dos vasos de agua tibia. La igualación aporta sin duda su parte
positiva, pero en detrimento de la excelencia. Esto es exactamente lo que ocurre
al individuo con el entusiasmo. Internamente, esta emoción superior es asaltada
para limitarla en un simple interés más, diluida pierde todo su impulso
original, y los valores que le caracterizan. Entonces, ante las dificultades, la
actitud de la persona oscila en sentido contrario, y cualquier actividad que
antes estaba ligada al entusiasmo, ahora le produce rechazo. Esto es lo que se
conoce como la “ley del péndulo”.
La entropía es una fuerza lunar[6]
que se opone al cambio. Si uno quiere vencer esta resistencia precisa de un
esfuerzo suplementario, requiere “sacrificio”.
Por ejemplo, si uno anhela elevarse del suelo necesita vencer la fuerza de la
gravedad. En el ámbito psicológico, la entropía es como esta última, no solo impide
que un cuerpo flote sobre la superficie de la Tierra, sino que lo atrae, y lo
fija en su equilibrio más próximo. Lo que significa que, si uno aspira a
desplazarse, elevarse, cambiar de dirección, tanto física como internamente,
necesita realizar un esfuerzo para invertir la inercia.
“Si no trabajamos sobre nuestro pensamiento, si no trabajamos sobre
nuestra mente, si no trabajamos sobre el yo, sobre el mí mismo, etc., tienden
los pensamientos a ser de naturaleza cada vez más inferior, las emociones se
hacen cada vez más negativas, las voliciones, poco a poco, más débiles, caen en
la entropía”. (Samael Aun Weor. “Cátedra XIII”. Cap. 200).
Por ejemplo, la globalización empezó a
través de la economía, pero se extenderá, si no se le pone remedio, a todos los
campos de acción del ser humano: social, cultural, político, etc. Esto implica
que ciertos derechos y el estado del bienestar de Occidente, se deteriorarán
cada vez más según se redistribuyan los lugares de producción en los países en
vía de desarrollo. Los sistemas socio-económicos que abarcan: protección
social, derechos laborales, salario mínimo, acceso a la cultura, la educación, la
sanidad pública, etc., se recortan continuamente. En paralelo, estas mismas naciones
emergentes no otorgan este modelo Occidental de estado del bienestar a sus
ciudadanos. Esto es fruto de la fuerza de la entropía. La organización social de
los pueblos tiende a redistribuirse de modo descendente, y a nivelar los modos
de vida. Esta realidad acarrea una reacción mental del individuo y de los
colectivos, la cual consiste en adoptar un modo semejante de pensar, sentir, y advertir
la existencia. Este contexto invade el campo de la conciencia, la cual está
sometida a una mayor identificación con los aspectos externos de la vida. Hecho
que se establece paulatinamente, tanto en el ámbito social como individual, si no
se despierta, ni se emprende una acción por reducir sus efectos.
Según la humanidad se abandone a esta
influencia, a sus rasgos y actitudes psicológicas[7],
las conciencias de los individuos se emparejarán y descenderán en calidad humana
bajo la espiral del tiempo. Esto demuestra que es difícil encontrar personas
con inquietudes espirituales y, mucho más difícil aún, que conserven el entusiasmo
por el desarrollo interior. El estudiante precisa aprehender en su existencia
esta corriente mecánica de la entropía, hacerse consciente de ella. Es
necesaria una práctica diaria encaminada a revalorizar continuamente los
valores, y propósitos de la Esencia para preservar su entusiasmo.
“Lo normal es que alguien se entusiasme por el trabajo esotérico y que
luego lo abandone; lo extraño es que alguien no abandone el trabajo y llegue a
la meta”. (Samael Aun Weor. “Psicología revolucionaria”. Cap. El centro de
gravedad permanente).
Si el individuo no está
presente a estas fuerzas instintivas que se mueven dentro de uno mismo, poco a
poco, el péndulo cambiará de dirección. Con el paso del tiempo comprenderá que
su acción poco tendrá que ver con el entusiasmo que sintió al principio de iniciarla.
El entusiasmo precisa una renovación continua
“Todos están sometidos a la “ley del péndulo”: los que hoy se
entusiasman por la gnosis, mañana se desilusionan. Eso es normal, todos viven
dentro de esa mecánica”. (Samael
Aun Weor. “Mente y meditación”. Cap. La ley del péndulo).
Desde la perspectiva espiritual, el
entusiasmo que promueve el corazón es una energía, la cual favorece el trabajo
y la vía interior. Esta emoción superior se convierte en voluntad de acción y,
en los inicios, a pesar de la inexperiencia, propicia ciertas comprensiones
creadoras. Estas vivencias son una incipiente muestra de los beneficios de la
labor y su utilidad. También, aportan al individuo dos elementos muy
importantes en referencia al autoconocimiento y su práctica. Por un lado,
veracidad de la enseñanza recibida, incluso una fe basada en realidades, y, por
otro, refuerzan el entusiasmo.
Esta fuerza que habita en el mismo
entusiasmo precisa ser dirigida con una atención cabal hacia el propio anhelo
de conocerse a sí mismo. Esta emoción superior, y una tarea consciente aportan sus
frutos. La experiencia y la comprensión internas son producto del esfuerzo
consciente, perseverante, y voluntario que la persona efectúa en los diversos
ámbitos de la existencia. En esta vía vertical, también se hacen sacrificios, debido
a que se precisa renunciar al ego, y asumir las insistentes trabas que este coloca
hasta su eliminación. Esta dedicación desgasta, aún más, si debe ser
consciente. Por esta causa, este atributo necesita renovarse, ¿Cómo se reaviva el
entusiasmo? Respuesta: este se alimenta de los frutos de la acción y de los aprendizajes.
En este sentido, el trabajo interior es similar a cualquier otra actividad de
la “vida horizontal”, aunque no dependa de los mismos principios. Un empleado
se motiva según se satisface su escala de necesidades. En el ámbito íntimo, uno
labora, y si la tarea se ejecuta debidamente, aparecen los progresos. Esto
anima, genera más entusiasmo, lo que conlleva mayor concentración en el
esfuerzo.
En este sentido es oportuno atribuir el
valor y la relevancia que merece cada vivencia en la práctica de esta
enseñanza. En cada comprensión de un defecto, cada vez que uno eludió errores,
identificarse con los problemas, adversidades, y fue capaz de mantenerse sereno.
Así mismo, si uno consiguió hacerse consciente de las emociones inferiores, y
trabajar su gestión, evitar sufrimientos a sí mismo, y a los demás… Si
comprendió la importancia de estar presente, y los avances que le propició en
el ámbito psicológico, en la toma de conciencia de su vida, de cómo se comporta
en algunas ocasiones, y el despertar a estas escenas. Todas estas experiencias
requieren ser renovadas, sentidas, percibidas como parte del desarrollo de la
Esencia, y favorecidas por uno con su práctica. Igualmente, todas las aprehensiones
que uno advirtió con la meditación o en la vida cotidiana. Valorar los avances en
los diferentes niveles de Ser, por ejemplo, la capacidad de ponerse en el lugar
de los demás, en un momento dado, cuando se identifican. Escenas donde antes
uno discutía, se identificaba, y ahora consigue estar presente y no siempre
caer en las mismas rutinas, inercias, y recurrencias. Y muchas más que uno,
posiblemente, haya olvidado con el paso del tiempo. El estudiante necesita, continuamente
renovar su anhelo, entusiasmo y los frutos de su acción. Observar cuidadosamente
que la personalidad y el ego poseen una memoria selectiva, y muchas de las
vivencias propiciadas por el ejercicio del autoconocimiento se olvidan, quedan
relegadas por los recuerdos que la personalidad manipula según su deseo. Por
ejemplo, ¿existe un mayor equilibrio dentro de uno mismo, el cual influye en mi
personalidad? ¿Es uno consciente de esta realidad? Quien practica esta enseñanza,
y la no identificación, junto a las claves que lo propician, su personalidad
tiende cada vez más a relativizar, reflexionar, temperar, escuchar… En
consecuencia, uno es más equilibrado. ¿Reflexionó el alumno sobre este hecho?
¿Le otorga uno la pertinente relevancia? El entusiasmo está aquí, en todas
estas realidades que uno ha concretado con su esfuerzo y dedicación, y es
preciso hacerse consciente de ello.
Además, es necesario considerar que,
en ciertas etapas del desarrollo anímico, los resultados son muchos más arduos
de alcanzar, incluso el sujeto tiene la sensación de no avanzar. En estos casos,
la persona acredita su madurez y definición por el trabajo mismo, y no por un
salario en forma de experiencias o comprensiones. Esta concreción de la fe consciente
es más profunda y objetiva. Muchos individuos se malogran ante esta etapa con
el desánimo y la frustración por desconocer los principios de la “vida vertical”.
“Unos hombres piden señales para creer y otros piden sabiduría para obrar, mas el corazón esperanzado lo tiene todo en sus esperanzas”. (J. Iglesias Janeiro. “La cábala de predicción”. Cap. 12).
Conclusión
En consecuencia, cuando hay una auténtica aprehensión de esta vía, y del porqué uno la realiza, su entusiasmo está firmemente asentado en ella y en el esfuerzo que se precisa para recorrerla. La senda interior se compone de subidas, bajadas, verdes prados, desiertos…, la persona anhela permanecer en ella, y avanzar hacia la meta final, descubrir lo que uno es como Alma Humana. El estudiante ama su trabajo interior, porque este es el medio o lazo que lo une con su “Auténtica realidad”. Su entusiasmo es vital, despliega sus “ansias de Ser”.
En el periodo greco-romano de la Edad Antigua, el “entusiasmo místico”, entendido según su definición como “tener a dios dentro”, fue simbolizado por las divinidades conocidas como Dionisio y Baco, respectivamente. Con el paso del tiempo, la degeneración y degradación de los principios de la conciencia, los convirtieron en dioses del vino y de las bacanales, es decir, de las fiestas de la personalidad y del ego.
En la vida práctica, el “mí mismo” impide la manifestación de la Esencia. Si no hay entusiasmo por el trabajo íntimo, el “yo” seguirá vivo en el subconsciente. Cuando uno pierde el entusiasmo por una actividad, es necesario analizar en qué momento, y por qué causa este desapareció, con el objetivo de recuperarlo.
El entusiasmo redobla la definición, distingue con perspectiva positiva, posible, la liberación del alma del sufrimiento, y adquirir el bienestar integral. Cada día es una oportunidad para iniciarlo con entusiasmo y alegría. Este es único, y es conveniente, oportuno, estar presente a él, y vivirlo con intensidad, amor, y alegría. Cada día es vida de la Esencia, y solo uno es responsable de lo que hace con él.
“En este sentido, el término “entusiasmo”, virtud dionisíaca, significa estar poseído por el dios, sentir al dios en uno mismo. La vida bien merece la pena ser vivida con arrebatados por ese “espíritu divino”. “Esplendor, irradiación, derramamiento: felicidad en todos los casos, es decir, perfección de la armonía del hombre consigo mismo, una vez más, y con su entorno”. (Julien Ries, coord. “Tratado de antropología de lo sagrado”. Volumen 1. “Los orígenes del homo religiosus". Régis Boyer. Cap. La experiencia de lo sagrado).
Tabla de ilustraciones
“Fresco, Las damas de
azul”, (1600 a.C.); Localización: Palacio de Cnosos, Creta.
Lectura
Poema
Aquí he aprendido cuanto no sabía:
que hay más, y más, y más, que lo
soñado;
que el mundo encierra un mundo insospechado,
que empieza cuando apenas nace el día.
Sé una nueva raíz de la alegría,
sé lo que debe abandonarse a un
lado,
sé lo que es confundirse en el
Amado
y la luz que se esconde en la agonía.
Que cabe inmenso gozo en un gemido
y la esperanza en una campanada.
La caricia de espinas de un tejido,
la blandura de un leño de almohada,
la dimensión profunda del olvido
y lo llena que puede estar la nada.
José López Rubio
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[1] Definición de este término en Google: “sentimiento de alegría y satisfacción que produce la realización o la esperanza de conseguir algo que se desea intensamente”. Las ilusiones pueden ser obra de una percepción equivocada de los sentidos, pero también, del entendimiento. En ambos casos, estas son producto de un estado de conciencia vinculado al sueño o a la hipnosis, tal como se explica en el Cap. 8, del tomo I, “Contraste entre imaginación y fantasía”. En el autoconocimiento, la palabra ilusión es sinónima de fantasía, y acarrea expectativa, deseo, finalidad…, sin fundamento con respecto a la realidad.
[2] Los animales mitológicos representan ciertas cualidades o defectos humanos. El grifo, compuesto en su parte superior como un ave rapaz o águila de grandes dimensiones, alude a la ligereza del espíritu, la lucidez y el discernimiento. La parte inferior corresponde a un león. Este simboliza la fuerza, concentración y motivación o voluntad en el empeño de la acción.
[3] Conocido en
Física como el movimiento oscilatorio armónico simple. Movimiento oscilatorio o
pendular de un cuerpo es el movimiento de vaivén con una amplitud determinada
en torno a una posición de equilibrio, o de reposo en el caso que no oscile.
[4] Ligados a
la cronobiología, disciplina que gira alrededor
de la existencia de relojes biológicos endógenos en el organismo.
“La cronobiología
es la disciplina de la biología que estudia los fenómenos periódicos
(cíclicos), o ritmos biológicos, en los seres vivos”. (Wikipedia, la enciclopedia libre. Clave:
cronología).
[5] Esta se define
en varios campos de aplicación para ayudar a comprender la amplitud de esta
magnitud conocida como entropía. En física, es una función de la termodinámica
que mide la parte no utilizable de la energía contenida en un sistema o una
materia. En mecánica, es la medida del desorden molecular de una sustancia, por
ejemplo, los fluidos tienen más entropía que los sólidos. En general: desorden,
caos.
[6]
Mecánica, instintiva, inconsciente.
[7] Por ejemplo, conseguir lo máximo con el
mínimo esfuerzo.