jueves, 26 de mayo de 2011

El factor personalidad

Definiremos a la personalidad como un conjunto de características psíquico-físicas tal y como se manifiestan en un individuo.
Este factor es lo que supuestamente se observa de una persona. Por ejemplo, cuando se habla de alguien y se asegura conocerlo, en realidad lo que se afirma es que se conoce su personalidad.
Ésta es una herramienta básica de expresión, es la parte psicológica más superficial, la cual otorga al individuo una aparente coherencia y le permite adaptarse, relacionarse, comunicarse con el medio[1].
El término personalidad proviene del latín “persona”, en el mundo clásico era la máscara que se usaba en la interpretación teatral, esto hace referencia, tal como se evidencia, que ésta es un vehículo de manifestación adquirido, superpuesto, añadido a la psiquis del ser humano. Un niño nace sin personalidad; ésta se origina en la infancia, se desarrolla, más o menos, en la adolescencia y se reafirma durante toda la existencia.
La personalidad es fundamentalmente una respuesta psicológica o mental al mundo que rodea al infante, es el resultado del aprendizaje, la educación, las experiencias,… vinculado con el desarrollo de las funciones psíquico-físicas del ser humano.
La criatura recién nacida no dispone, en líneas generales, de un proceso de reflexión íntimo, objetivo, desarrollado y su conciencia de sí está limitada. Por otro lado, la educación junto al ejemplo de sus mayores, pilares de la formación psicológica del niño, no se cimientan sobre esta capacidad interna, propia, de la Esencia.
En estas condiciones todos los seres humanos, cuando nacen, reciben a través de los sentidos una gran y continua información de su entorno que no comprende ni interpreta, sólo absorbe. La conciencia superlativa del Hombre, sus más íntimas cualidades, se halla en un estado incipiente, por lo que todos estos estímulos entran en su psiquis de forma inconsciente. La mente, las diferentes funciones psíquico-físicas, reacciona generando patrones de conducta y moldes del comportamiento, éstos son en definitiva la máscara a la cual hacían alusión los antiguos clásicos en sus obras.

Esto acarrea que toda personalidad sin excepción posee unas características innatas, depende del tiempo y del espacio. En la creación de la personalidad son determinantes la época o el momento y el lugar donde se halla ubicada, son los que se denominan los componentes ambientales o circunstanciales.
Como ejemplo de lo anteriormente expuesto, se comprende cabalmente que si adoptamos un recién nacido de progenitores orientales y lo trasladamos a un pueblo del Sur de España y se cría entre andaluces, sus protectores lo integran en este contexto con los demás niños, este infante y, más adelante, adulto adoptará todos y cada uno de los patrones propios de la Andalucía, España y Europa contemporánea, nada de oriental aparecerá en su psiquis.
Este hecho nos enseña la importancia y lo determinante que resulta el lugar donde se gesta la personalidad del individuo.
Otra figura muy pintoresca, pero no menos eficaz, en la comprensión del componente tiempo, es el caso imaginario de trasladar a nuestro tatarabuelo al siglo XXI. Es obvio que todo el aprendizaje adquirido en su época de poco o nada le serviría y se asombraría continuamente de los cambios y costumbres de la sociedad actual, por lo que deberá adaptarse por completo al modo de vida de nuestros días. Esta característica del momento en la formación de la personalidad es, algunas veces, responsable de la incomprensión entre generaciones, entre padres e hijos, de su diferencia de mentalidades.
La adopción de patrones de conducta y moldes del comportamiento son lo que psicológicamente diferencian el “factor personalidad” de una persona a otra. Éstos son los que le confieren una aparente continuidad en su forma de pensar, sentir y actuar en el momento de enfrentarse a la existencia.
Existen distintas variantes psicológicas y características intrínsecas de la mente que intervienen en la creación de los patrones de conducta y que conforman la personalidad.
Los más relevantes son: “La imitación, la búsqueda de seguridad y una escala de valores” establecida por el individuo o/y impuesta por su entorno, tal como valores familiares, sociales, religiosos, culturales, políticos, regionales, históricos,…
La imitación.
La imitación o la capacidad de reproducir es una propiedad de la mente. El recién nacido, según crece, sus funciones físicas y psicológicas se desarrollan y se llenan de contenidos.
Por ejemplo, en la función motora, el infante reproduce y aprende, poco a poco, a realizar y controlar los movimientos más básicos hasta los más complejos, de esta manera el niño, aprende a comer, agarrar objetos, gatear, caminar, correr, hablar, realizar manualidades, escribir, practicar deportes, bailar,… acciones vistas, sentidas, por él y enseñadas por las personas que le rodean.
De la misma manera, respetando sus peculiaridades, sucede con las demás funciones tal como la emocional, instintiva, intelectual y, en la pubertad, la sexual.
En el caso de la función motora, cuando una acción se asimila, queda registrada, memorizada. Es obvio que una vez el niño domina sus pasos, al día siguiente, no requiere aprender a andar de nuevo.
El potencial o capacidad de aprender de las diversas funciones tanto físicas como psicológicas no dependen exclusivamente de las condiciones ambientales sino también hay que tener en cuenta el patrimonio genético de cada individuo. Es obvio, que no todos los seres humanos nacen con las capacidades intelectuales de Einstein, las físicas de un Lance Armstrong o artísticas de un Wolfgang Amadeus Mozart.
La imitación a partir de la tierna infancia es una fuente natural y espontánea de inspiración en el aprendizaje del ser humano.
El niño reproduce la forma de andar de alguno de sus progenitores, hermano/a, persona más cercana o por aquella que ejerce una fascinación en él, lo mismo con la manera de comer, hablar, moverse, etc.
Esta propiedad es específica de la mente, la cual permite aprender a través de la información que recibe por los sentidos.
¡Hay que reflexionar sobre el hecho que el infante aprende con más facilidad y profundidad a través del ejemplo que por el precepto!
Debido a que la fuente de información que recibe la mente a través de los sentidos procede siempre el mundo exterior, la denominaremos mente sensual. Ésta, por lo tanto, queda limitada, circunscrita, por el mundo conocido de los sentidos y siempre se mueve dentro de él.
La imitación no se limita a las funciones motoras, se extiende a todas ellas, los niños copian de sus aledaños las manifestaciones emocionales, formas de sentir, pensar, ideas, conceptos, gustos, apetitos, todo tipo de actitudes.
De la misma forma que la mente imita como una fuente natural de aprendizaje, también existe el mimetismo intencional, algunos de ellos provechosos y otros causados por elementos subjetivos (el factor Ego) que controlan la misma personalidad y su formación.
Por ejemplo, muchas profesiones manuales, sin desprecio de los conocimientos básicos necesarios para ejercerlas, se aprenden al observar su ejecución por alguien que tiene experiencia en el desempeño de las tareas que le son propias.
Por otro lado, ¿cuántos adolescentes siguen patrones en la forma de vestir, actitudes, gustos,… por imitación a las personas que admiran?
¿Cuántos adultos fuman por imitación? ¿Beben? La imitación ha conducido a muchos adolescentes a iniciarse en el mundo de las drogas.
El ser humano imita consciente o inconscientemente ante situaciones que no controla o desconoce, sirvan de ejemplos, ante un protocolo social, religioso,… ceremonias, donde se mira con interés el comportamiento de los demás para pasar desapercibidos, saber qué hacer; cuando se incorpora a un nuevo trabajo; se viaja a un país desconocido; se visita a unos amigos de culturas diferentes.
Esta emulación es una de las causas que conducen al niño a adoptar una gran cantidad de patrones o modelos en su comportamiento de las personas que le rodean, las cuales son su referencia.
Esto conlleva que los niños no sólo se parecen físicamente a sus progenitores, sino que también, acarreen muchas de sus formas de pensar, sentir y comportarse en los primeros años de su vida.
Más tarde, en la adolescencia, se revelarán en contra o no de muchos de los patrones adquiridos de forma inconsciente o que tratan de imponerle. Esto dependerá de las circunstancias vividas por cada individuo y de los cambios de influencias que son propios a esas edades, como son el núcleo de amigos, compañeros de colegio, las modas impuestas a los jóvenes a través de los modelos publicitarios, en los medios de comunicación, el mundo de la música, cine,…
Es conocida la tendencia de los jóvenes a agruparse e identificarse según los modelos o ideales que les fascinan, adoptando formas de comportamiento, vestimentas, actividades,… que, en muchas ocasiones, llaman la atención por ser completamente opuestas a su cultura, ámbito social,… y que son meras reproducciones de sus ídolos.
En muchos casos, la inclinación a la imitación seguirá presente y se cambiarán o establecerán unos patrones por otros, sin someterlos a ningún proceso de reflexión íntimo, consciente y objetivo.
En este sentido la imitación es una facilidad, debilidad o un recurso psicológico del adolescente que busca compensar carencias de imaginación, creatividad, confianza en sí mismo,… y, en casos extremos, rechaza su propia identidad, la confunde o se desvincula de ella.
Bajo la consideración del auto-conocimiento es oportuno y necesario reflexionar sobre la imitación y el cómo influenció en la formación de nuestra personalidad.
Muchas actitudes y costumbres de los adultos se fundamentan sobre esta característica de la mente; engendran formas erróneas de pensar, sentir y actuar; maneras estereotipadas de comportarse que no dejan espacio a la libre iniciativa; ni establecen el pensar por sí mismo a través de la experiencia directa, propia y consciente.
Los patrones o modelos psicológicos basados en la imitación son un auténtico obstáculo a la hora de vivir los eventos, la realidad, tal como se presentan sin los “a priori”, preconceptos, prejuicios,... y afrontarlos con sentido común, inteligencia práctica, mente abierta y no bajo ideas preconcebidas ni moldes del comportamiento.
Otra propiedad de la mente sensual es la busca de seguridad, la cual encamina la creación del Factor Ego del miedo y que influencia notablemente la formación de la personalidad.
La búsqueda de seguridad.
La búsqueda de seguridad es una respuesta instintiva, una consecuencia de la propiedad de la mente sensual. Recordemos que la información que llega a la mente proviene de los sentidos. Estos revelan al niño el mundo exterior, por lo que sus conocimientos discurren de lo conocido a lo conocido.
El mundo que habitualmente rodea al niño aduce, aporta, seguridad a su psiquis. La mente de todo infante tiende a reaccionar con confianza ante lo que está acostumbrado. Más adelante, según avanza en edad, también percibe el hecho de su total dependencia a sus padres. Esto inclina su mente hacia el apego de lo conocido.
El recién nacido mantiene una relación vital, natural, espontánea, íntima con su madre en primer lugar y, más tarde, la establece con su padre y núcleo familiar o, en su defecto, con quienes asumen esta responsabilidad. Las estrechas relaciones entre los miembros de su familia; las demostraciones de cariño, amor y afecto que recibe,… forman y nutren la función emocional del niño, atraen su atención, constituyen su mundo conocido, en el cual se siente integrado, aceptado y seguro[2].
La mente del niño se adapta a esta circunstancia, la hace suya, se reconoce en ella, se apega de forma involuntaria e instintiva a esta situación.
Cada vez que la mente del infante se enfrenta a un nuevo escenario, por su inconsciencia o por ausencia de presencia del factor Esencia, es muy común que lo haga con recelo, desconfianza, rechazo, incluso, con aprensión.
La mente apegada a lo conocido rechaza lo desconocido, lo nuevo, lo considera extraño, ajeno, misterioso,… y ante él las semillas del “factor Ego del miedo” empiezan a desarrollarse en su psiquis.
Por esta razón, en la mayoría de los seres humanos se genera una gran variedad de miedos y temores, se establecen mecanismos que lo dirigen hacia la búsqueda de seguridad, lo mantienen en el conformismo de lo ordinario. Muchos de los miedos son transmitidos por la misma familia y, en general, por la sociedad.
Los seres humanos de forma natural levantan una gran cantidad de protecciones, le dedican energía, tiempo y realizan grandes sacrificios para mantenerlas.
Muchas preocupaciones y desvelos del ser humano tienen como base el temor a perder alguna cosa o evitar el mismo sufrimiento.
El individuo cada vez más se rodea de bienes materiales, necesidades, seguridades por lo que el apego a ellos y el miedo a perderlos levanta en la mente todo tipo de inquietud, ansiedades,… que condicionan su personalidad y, como consecuencia, su vida.
Las causas que generan el miedo y las preocupaciones en el ser humano son innumerables.
Las personas tienen miedo a la muerte, a la enfermedad, a la vida, a la Verdad, a la vejez, al pasado, al presente, al futuro, a afrontar sus responsabilidades, al error, al fracaso, a la soledad, a la oscuridad, a la incomprensión, al rechazo de los demás, al qué dirán, a la pérdida de empleo, pérdida material, a la escasez, al castigo, a la libertad,…
Todas son circunstancias de la existencia que la personalidad del individuo rehúye como una experiencia, elabora todo tipo de conductas preventivas para evitarlas y cuando éstas lo alcanzan reacciona con sufrimiento. No las recibe de forma franca, natural,… que es la forma más inteligente de enfrentarse a la vida para trascenderla.
Esta faceta de la mente condiciona, limita, al individuo y tiende a generar mecanismos, maneras repetitivas, artificiales, en la forma de pensar, sentir y actuar, determinando pautas de la conducta.
Reflexione el lector sobre la base de muchas de sus preocupaciones y constatará que muchas de ellas están ligadas al temor.
El miedo es el origen, en muchos casos, de personalidades complejas que tienen su reflejo en la forma de pensar, sentir y comportarse en la existencia. La búsqueda de seguridad condiciona, inhiben y retraen la libertad del individuo y complican su vida.
La personalidad del ser humano sólo desarrollará cualidades tales como la confianza, esperanza, fe,... cuando comprenda y elimine los diversos patrones y moldes que el temor ha cristalizado en ella a través de la experiencia, el dolor y la falta de reflexión objetiva.
La escala de valores
Los patrones de conducta son formas estereotipadas del comportamiento, se instauran como unas normas que rigen la forma de reaccionar de la persona ante ciertas circunstancias o en la relación con los demás.
La mayoría de los moldes psicológicos son bien-intencionados, incluso, útiles en la existencia, sin embargo, nos alejan de la inteligencia práctica que habita en todo ser humano.
Cada individuo tiene su propia personalidad y esta última se distingue por estas pautas o normas psicológicas que su entorno y su propia mente han creado como respuesta a las diversas situaciones de la existencia.
Esto permite que, en muchas ocasiones, la reacción que adopta una persona sea previsible porque conocemos su personalidad. Del mismo modo que alcanzamos a ver las conductas repetitivas en los demás, también lo podemos observar en nosotros mismos, si atraemos la atención hacia el interior.
A lo largo de la infancia y, más tarde, en la adolescencia, el niño recibirá la influencia de su familia y de la sociedad en diferentes grados. Según las propias inclinaciones psicológicas de la persona (determinadas por el factor Esencia o el factor Ego) valorará en uno u otro sentido dichas influencias adoptando patrones que obedecen al entorno familial, social, religioso, político, cultural,…
Expondremos diferentes ejemplos para ilustrar lo anteriormente comentado.
En España, las generaciones que nacieron en los años setenta crecieron en un ambiente de libertad política. Hoy en día las personas pueden manifestar sin temor a represarías su condición, ideas,… en este sentido. Sin embargo, los que nacieron antes de la década de los sesenta recuerdan con claridad como se aconsejaba vivamente guardar para sí las opiniones políticas sobre el régimen.
Es obvio, que las generaciones nacidas en el periodo de la dictadura, en líneas generales, fueron condicionados, limitados, por los moldes políticos de la época.
Esto mismo sucede en muchos países donde impera una dictadura, su personalidad será subordinada a través de los patrones impuestos por el poder político y por la sociedad que atrapada en ella participa de estos moldes.
Otro ejemplo, lo verificamos a nivel religioso.
Una niña nacida bajo un régimen islámico o en un núcleo familiar creyente de este culto ejercerá una influencia preponderante en su personalidad. La educación vertida en ella, tal como se constata en los países de Medio Oriente, es dirigida hacia el establecimiento de su práctica. La niña es enseñada en aquello que puede o no hacer según sus códigos.
Estos moldes, en muchos casos, se enfrentan a la educación y mentalidad que se prodiga en la sociedad Occidental. El lugar que en la práctica otorga el Islam a la mujer, en cuanto a libertades y derechos, es percibido por la personalidad occidental con preocupación e incomprensión.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres que han recibido esta formación asumen en su personalidad estos comportamientos considerándolos parte de su forma de Ser.
Dentro de su escala de valores, la persona estimará muy importante su práctica religiosa tal como la aprendió.
Pongamos otro ejemplo, a nivel familiar.
A lo largo de la existencia en la adolescencia y juventud se crean amistades y a través de ellas se frecuentan núcleos familiares ajenos.
La confianza permite a los adolescentes conocer espacios familiares distintos al propio, hay invitaciones para realizar trabajos escolares, compartir ocio,… No es extraño que el trato, las costumbres, del núcleo familiar visitado causen asombro o extrañeza por contraste con los de su familia. Todas estas diferencias que se constatan en los hábitos, usos y comportamientos son el resultado de las distintas pautas familiares que se transmiten de padres a hijos.
Estos moldes, desde el auto-conocimiento, no son considerados buenos ni malos, en todo caso, serán oportunos o no según el sentido común.
Las tradiciones sociales, históricas, regionales, religiosas,… están al origen de fiestas, celebraciones y rigen la vida de los ciudadanos en los pueblos y las ciudades.
Las festividades conllevan unas actitudes determinadas de diversión, unos ambientes en las reuniones de amigos, celebraciones muy particulares que le son propias. Por ejemplo, en Andalucía se prodigan las ferias asociadas a la primavera; en la zona levantina están asociadas a un hecho histórico con los Moros y cristianos; el culto al fuego y a la pólvora en la costa mediterránea; en otros lugares las fiestas giran alrededor de los Toros y sus encierros; en muchos pueblos a santas o santos religiosos, a romerías, procesiones,… Cada país, sus pueblos y regiones, goza de sus fiestas típicas, cada uno se distingue con su tradición.
La persona recibe este evento como una forma de entender, sentir y actuar lo propio, con lo vivido en la infancia, adolescencia y juventud. Estas experiencias y la importancia que adquieren en cada individuo atraen sobre él unas conductas que moldean su personalidad.
Es típico en las personas que residen fuera del pueblo donde consideran tener sus raíces presentarse todos los años, si disponen de medios, para participar de sus fiestas, encontrarse con sus familiares, antiguas amistades,… sentirse en lo suyo, en lo conocido.
Sin embargo, cuando la educación de un individuo es ajena a ese entorno, las vive como un espectador, el hecho de “no estar acostumbrado”, se siente extraño a ella. Entonces en la mayoría de las veces es indiferente, su personalidad no las comprende, ni las siente y su participación es anecdótica.
Estas reacciones ante lo propio son inherentes a todo individuo, es una consecuencia de la educación recibida y de las experiencias que han moldeado su personalidad a través del tiempo.
Los ejemplos en la adopción de patrones son infinitos. Cada individuo crea los suyos. La importancia o el valor que cada persona otorga a las cuestiones familiares, sociales, culturales, políticas, religiosas,… tienen como denominador común la influencia externa ejercida sobre la formación de su personalidad y las vivencias adquiridas en cada una de sus componentes.
Conclusión
La personalidad es el reflejo visible del mundo interior de cada individuo. Es un vehiculo de expresión que adopta una gran cantidad de pautas, normas, que lo condicionan.
Este agente identifica al ser humano, lo caracteriza. Es oportuno bajo el auto-conocimiento dirigir la atención sobre sí, con la firme intención de descubrir los moldes y patrones que, en muchos casos, hace que se comporte de forma estereotipada y artificiosa, descartando el sentido común.
Una personalidad atrapada en estos automatismos reduce considerablemente su capacidad de adaptación a los tiempos, a sus cambios.
La adopción, sin un proceso de reflexión, de reglas del comportamiento causa en la psiquis del ser humano una cantidad de estructuras mentales y actitudes relativas, subjetivas y superficiales que con el paso del tiempo quedan desfasadas.
La personalidad, bajo el estudio y la observación de sí, es un factor que se despoja de los elementos subjetivos que la inducen a formar continuamente modelos mentales.
Estos elementos o agregados psíquicos, tal como los celos, la envidia, ira, impaciencia, el orgullo, egoísmo,… que denominamos el factor Ego, en ocasiones controlan y condicionan desde el subconsciente la personalidad esgrimiendo sus normas.
La personalidad aglutina en su seno vivencias que por su naturaleza desagradable, incluso dolorosa, generan, según el caso, complejos, frustraciones y un largo etcétera de anomalías de la conducta que reflejan su desequilibrio, fragilidad o falta de integridad.
¿Cómo equilibrar la personalidad si se ignora los elementos psicológicos que la desequilibran?
Una fuente importante del sufrimiento humano se halla en el desconocimiento de estos resortes íntimos que arrastran al individuo al error.
Cuantos más patrones se forman en una personalidad, más rígida e inadecuada es para sobrepasar los avatares de la existencia.
Una de las respuestas de la personalidad típica del ser humano ante situaciones que no controla, que son desconocidas y, por lo tanto, carente de la acción preconcebida, es la creación de preocupaciones.
Muchas veces, ante los eventos, se ve fácilmente en los demás conductas irreflexivas que cuando se atrae la atención sobre sí, se descubre como uno también las realiza.
Estas son algunas muestras visibles de la falta de recursos inteligentes que la persona acarrea en su personalidad. Cuando ésta se equilibra bajo el auto-conocimiento, se habilita como un vehículo receptivo a la lucidez y discernimiento interior, cualidades del factor Esencia. En este caso, deja de ser un obstáculo, tal como se alza en una persona que no está presente a sus actitudes, patrones y hábitos repetitivos.
La personalidad con la observación de sí aprende a ser coherente, flexible, a la existencia, a percibir su propio principio rector o conciencia y practicar los valores intrínsecos del ser humano.
Es importante no confundir los patrones de la personalidad con los principios éticos del alma, los cuales están latentes en la psiquis, en el factor Esencia.
El desarrollo del principio rector es posible si se le dedica el tiempo y esfuerzo debidos de forma didáctica para alcanzar, por un lado, la comprensión creadora de la conciencia y, por el otro, la eliminación de los elementos subjetivos y patrones de la personalidad que impiden su libre expresión.
La meditación orientada a este propósito es indispensable para adquirir madurez interior y, poco a poco, reconocer la voz interior, la manifestación de la conciencia.
 
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[1] Existen diversas enfermedades y grados de desordenes de la personalidad que deben ser tratadas por los profesionales competentes, este tratado está diseñado para la emancipación de la conciencia y el conocimiento de sí, no para el tratamiento de trastornos psicológicos.

[2] En condiciones normales de una familia tradicional la mente del infante “se adapta y acostumbra” a esta circunstancia; en general, se convierte en el centro de atención del hogar.
Es oportuno considerar que cualquier carencia en la formación emocional de un niño de corta edad, tal como la falta obvia de amor, atención, cuidados, relativo abandono,… por sus progenitores, puede acarrear trastornos de diversa consideración a la formación de su personalidad.




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